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14 septiembre 2010
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ANÁLISIS A FONDO
Triste Bicentenario

Francisco Gómez Maza

De una dependencia a otra dependencia
Y lo “más pior”: sangre, dolor y lágrimas

mLos mexicanos no están contentos ni tienen ningún entusiasmo por celebrar. Qué van a celebrar, cuando la ambición, el odio, la injusticia, la profunda desigualdad, la sevicia, el asesinato, la corrupción, la impunidad se enseñorean en el país. Mañana 15 de septiembre, todo el mundo lo sabe, se cumplen 200 años del Grito de Dolores, dado por el Padre Miguel Hidalgo en 1810, para independizar a México del yugo de los virreyes y encomenderos españoles, pero llegaron otros virreyes y otros encomenderos que se agandallaron los grandes medios de producción, apoyados por mexicanos muy ricos y apátridas, y continuaron sojuzgando a los trabajadores.

Así, la Independencia se convirtió en un mito; una falacia que sólo dicen creer quienes se agandallaron, a su vez, del poder del pueblo y están amafiados con potencias extranjeras y con capitalistas criollos, y con narcotraficantes, para expropiar todo lo expropiable de la nación mexicana, dejando a la intemperie a las mayorías de mexicanos que apenas tienen para medio sobrevivir. Y de ribete, esta guerra contra las bandas del llamado crimen organizado que se dedica al comercio de drogas ilícitas, que ha cobrado ya en cuatro años y 9 meses dicen que alrededor de 28,000 asesinatos, pero pueden ser más; una guerra a todas luces fallida simplemente tomando en cuenta la enorme cantidad de muertos, muchos de los cuales son “daños colaterales”.

Los mexicanos se independizaron de España, pero no se liberaron a sí mismos y engendraron un modelo de país injusto. Terriblemente injusto, en el que la riqueza está concentrada cuando mucho en un diez por ciento de la población, que se calcula en unos 120 millones de personas, conservadoramente. (Este año hubo un censo de población en condiciones en extremo riesgosas que es de dudar que vaya a dar los datos precisos de la población y la vivienda).

La desigualdad que impusieron los virreyes y encomenderos españoles, bajo las órdenes del soberano que vivía a sus anchas allende el mar, no sólo no ha desaparecido, sino que se ha pronunciado. Y lo peor es que ahora, hoy 14 de septiembre de 2010, nadie, nadie está exento de ser amenazado telefónicamente, extorsionado, secuestrado, “levantado” por policías sospechosas, asesinado en el dintel de su casa o apresado bajo la acusación de narco menudista, e inclusive de “capo” de alguna banda del crimen organizado o de sus sicarios.

Y lo “más pior” es que los mexicanos están siendo expropiados por los capos de otras bandas no criminalizadas, como los barones del dinero, los capos del sistema financiero y bancario y por los del comercio de bienes y servicios. Y lo “más, más pior” es que están siendo maltratados por los capos de la política, de los partidos, de los “poderes” – el ejecutivo, el legislativo y el judicial -, que no se tientan el alma en aumentar la pesada carga de los impuestos; que no se tientan el alma en declarar criminales a mujeres pobres; que criminalizan la protesta social; que persiguen a los activistas defensores de los derechos humanos; que mantienen a los pueblos y comunidades indias en la exclusión, en la postración, y que, sin ningún miramiento, pretenden imponer impuestos a los medicamentos y los alimentos básicos.

Aunque haya molestado a las “autoridades”, la señora Hillary Clinton tiene toda la razón, cuando sugiere que las bandas del crimen organizado para el tráfico de drogas están comenzando a parecerse a una especie de insurgencia, como la que padece Colombia. The Washington Post  publicó este lunes 13 un editorial en el que advierte que la señora Clinton tiene razón, en el sentido de que los carteles han llegado a controlar con eficacia extensas e importantes regiones del país, donde "intentan reemplazar al Estado", como el presidente Felipe Calderón advirtió el mes pasado. Pero, como la mayoría de las insurgencias, los ejércitos mexicanos de la droga también tienen una fuente externa de financiamiento y armas; vergonzosamente, Estados Unidos.

Un nuevo informe revela la abundancia de armas que Estados Unidos entrega a los cárteles, así como la incapacidad del  gobierno estadounidense para poner fin al tráfico ilegal. Según los autores Colby Goodman y Marizco Michel, citados por el rotativo washingtoniano, por lo menos 62,800 de las más de 80,000 armas de fuego confiscadas por las autoridades mexicanas de diciembre de 2006 a febrero de 2010 provinieron de los Estados Unidos.

Por la frontera norte entran en México un promedio de 5,000 armas. Las dos mejores variedades son rifles de asalto: AK-47 de Rumania y clones de la Bushmaster-AR15. Los traficantes han utilizado estas armas para causar bajas terribles en la policía mexicana y otras fuerzas de seguridad, que a menudo se encuentran mal armadas. Más de 2,000 policías y agentes federales se encuentran entre los 28.000 muertos relacionados con las drogas en los últimos cuatro años. Unas 7,000 armerías operan a lo largo de la frontera México-Estados Unidos. La mayoría no están obligadas a notificar a las autoridades, incluso si un individuo compra docenas de armas de asalto en un corto período.

A pesar de un elocuente llamamiento del señor Calderón en un discurso pronunciado ante el Congreso la pasada primavera, ni el liderazgo demócrata, ni el presidente Obama se han atrevido a impulsar el restablecimiento de la prohibición de la venta de armas de asalto. El jueves pasado, Obama contradijo a Clinton por comparar a México con Colombia. Sin embargo, independientemente de las diferencias entre los dos países, el hecho es que México, un país de importancia estratégica indiscutible para los Estados Unidos, se encuentra en una desesperada lucha por preservar su orden civil y su democracia liberal.

El The Washington Post advierte: el hecho de que los Estados Unidos sean la fuente del trasiego de muchas de las armas que utiliza el crimen organizado es escandaloso e inaceptable. El señor Obama debería detener el tráfico de armas como una de sus prioridades de seguridad nacional. Entonces, amigos, qué Bicentenario pueden celebrar, con alegría, los mexicanos. Es lamentable, pero ésta es la realidad.

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