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15 septiembre 2010
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Creo en el patriotismo
Hugo L. del Río

Hillary anticipa el futuro de México
Sería bueno despertar ya

El gobierno de Estados Unidos tiene, desde hace varios años, cosa de 200 mil hombres en Iraq y Afganistán, países misérrimos casi de la Edad de Piedra que están a miles y miles de kilómetros del territorio norteamericano.

Ah, pero los boys y las girls están allá porque Iraq y Afganistán son problemas de seguridad nacional, según la elite del poder que gobierna a casi el mundo entero.
 
No hace muchos años, el Pentágono llegó a concentrar en Vietnam del Sur a medio millón de combatientes. Aquella pequeña porción de la antigua Indochina francesa era el campo de batalla en el que se decidiría el destino de Asia.

Estados Unidos perdió la guerra –como ya la habían perdido los franceses y poco después la perdería China— y no pasó nada.

Bueno: habrán muerto un millón de vietnamitas y unos 50, 60 mil norteamericanos. Vietnam quedó devastado, pero libre y unificado.

Si Washington envía a docenas o cientos de miles de soldados a países pobres y primitivos, geográficamente muy alejados de la Unión Americana, ¿cómo reaccionará ante la violencia que sufrimos en México, particularmente en la frontera con Estados Unidos?

Lo que más miedo da: en una semana leí en el diario equis que un nuevoleonés y un tamaulipeco casi le rogaban a Obama para que enviara los marines a México.

No aprendemos. La oligarquía norteamericana planifica a largo plazo. Nosotros improvisamos.

Don Isidro Fabela publicó documentos que probaban la intención de los hombres de poder –cuando ni siquiera se habían independizado y todavía se disparaban cañonazos contra los ingleses—de apoderarse de Cuba. Tardaron más de cien años pero lo lograron hasta que Fidel Castro los defenestró.

Seguramente volverán en cuanto muera Fidel.

Don Juan de Onís, embajador de España en Washington por los años en que comenzaba nuestra guerra de Independencia, tuvo acceso a los planes de expansión a costa nuestra:

Los oligarcas estadunidenses ya habían fijado el Río Bravo como una de las marcas fronterizas, pero incluían dentro de los territorios ambicionados a Sonora, Coahuila y Durango.

Y no olvidemos el Tratado McLane-Ocampo, que hubiera convertido a México en una colonia norteamericana.

¿Seremos tan ingenuos como para pensar que la elite de poder ya archivó sus sueños de adueñarse de México?

No somos el pueblo más inteligente ni más previsor del mundo. Difícilmente vemos una de las más importantes diferencias entre México y la Unión Americana. Nosotros tenemos mucho gobierno y poco Estado; ellos tienen mucho Estado y mucho gobierno.

La señora Hillary Clinton tiene de tonta lo que yo de genes marcianos. Y en Washington no juegan esos papeles ridículos de que un funcionario ignora lo que sus colegas dicen o hacen.

La declaración de que México se está colombianizando no fue algo improvisado, que surgiera en la inspiración del momento. Naturalmente que Washington divulgó esas pocas palabras para tomar el pulso a la opinión pública de México. No al gobierno de Felipe Calderón, sino a los mexicanos de a pie.

Desde luego, Clinton fue desmentida por el propio Obama. Es parte del juego. Así hacen ellos las cosas. Por Dios, ya es tiempo de que hagamos un esfuerzo por entenderlos. Y por entendernos a nosotros mismos.

Los marines no vendrán a invadirnos. No hace falta. Algunos de ellos serían abatidos. Mejor que la factura se pague con sangre mexicana. El enfrentamiento con el narco es un magnífico pretexto para que la oligarquía norteamericana les diga a sus colegas mexicanos move your ass, you greasers y tome el control de México.

Sin ocupación militar. Para qué. Quizás algunas bases de todos sus servicios armados; oficiales inteligentes que con discreción conduzcan las operaciones de las mexicanas y los mexicanos bajo banderas y, eso sí, miles de policías y agentes secretos.

México tiene muchas cosas que ellos ambicionan: petróleo, gas, mineral de hierro, carbón coquizable, maderas finas, destinos turísticos, agua.

Y la estrecha cintura del Istmo de Tehuantepec, que desde el siglo XIX quieren aprovechar para crear una vía de comunicación entre el Golfo y el Pacífico que les sirva, además, para partir en dos o más pedazos a México.

Naturalmente que los norteamericanos pondrían fin a la narcoviolencia. Si así lo consideran conveniente.

Clinton dice que algún grupo guerrillero ya se alió a quién sabe qué cártel del narco. No fue precisa. Le sobra información, pero no le resulta provechoso divulgarla.

Es posible, aunque no me parece probable. La guerrilla mexicana es muy débil y casi no controla territorio. No hay forma de compararla con el Ejército de Liberación Nacional, los paramilitares fascistoides o las en su tiempo gloriosas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

Me parece más viable que los mandarines norteamericanos creen una guerrilla que, después de asestar algunos golpes aquí y allá se fusionen con los narcos y divulguen algo parecido a un programa político.

Para qué el cuartelazo o la invasión si todo se puede hacer con suavidad y, lo que es infinitamente peor—para nosotros--, con el beneplácito de la mayor parte de los mexicanos.

No creo en el nacionalismo. Nacionalistas a ultranza fueron Franco, Mussolini, Hitler, Chiang-kai-Shek, Pinochet, los generales y almirantes argentinos y toda esa caterva de asesinos y torturadores.

Creo en el patriotismo. Y sería bueno que los mexicanos despertemos de ese sueño de mariguanos que es el futbol y hagamos los esfuerzos y sacrificios necesarios para seguir teniendo patria.

México no es el paraíso terrenal, pero ningún país lo es. Y México es lo que tenemos… todavía.

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