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20 septiembre 2010
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SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO
Festejar o conmemorar 100 y 200 años

Edilberto Cervantes Galván

Desde que se iniciaron los preparativos para las celebraciones del bi-centenario de la Independencia y del centenario de la Revolución, el asunto ha sido materia de debate. La pregunta de fondo que se planteó fue la de si como nación o como país tenemos algo que festejar.

Atendiendo a la perspicacia y a una cierta interpretación de los ciclos históricos se mencionó que, así como en 1810 los insurgentes se lanzaron a la lucha por la independencia de España y el reconocimiento a una soberanía mexicana y que en 1910 se inició una guerra civil, no sería insólito que en el 2010 se inicie otro  movimiento que cimbre las estructuras políticas y sociales. Es la visión de un ciclo mexicano de 100 años.

Nadie pone en duda la trascendencia histórica de esas luchas. Pero de vez en cuando en el debate político contemporáneo hay quienes proponen una revisión del concepto de soberanía nacional; argumentan que el concepto de soberanía del siglo XIX, ese que guió a los insurgentes, ya es obsoleto. Este argumento se utiliza sobre todo para abrir las puertas a la inversión extranjera y a la propiedad extranjera en la explotación de nuestros recursos y riquezas naturales. Se cuestionan las políticas nacionalistas como posturas arcaicas en un mundo globalizado.

Como ejemplo de ese revisionismo, en la actualidad la mayor parte del sistema bancario está en manos de bancos extranjeros, lo que constituye de hecho una limitación a la capacidad de decisión soberana sobre nuestros medios de pago. Aún más si, como sucedió en los Estados Unidos, se sigue la política de que las entidades financieras se auto-regulen.     

Si de los propósitos de la Revolución se trata, además del sufragio efectivo y la no reelección, las aspiraciones de justicia social son las que le dan un contenido, un sentido popular a la lucha armada.

Durante los 70 años de dominio priista la evolución del sistema político, a veces más rápida y a veces más lenta, fue en el sentido de construir un sistema de partidos y realizar elecciones creíbles (las sucesivas reformas electorales que se dan cada seis años desde la década de los setenta). Esto sucedía, sin embargo, cuando en Europa (la cuna de los partidos políticos) se argumentaba que las veteranas estructuras partidistas ya no eran útiles para representar la nueva agenda, con temas como: la sustentabilidad, la equidad de género, la tolerancia religiosa, los derechos humanos, etcétera.

En cuanto a la credibilidad de las elecciones, los mecanismos institucionales como el IFE no han  logrado la autonomía plena frente a los poderes y fuerzas políticas. Además, los resquicios de las leyes electorales son aprovechados como los puntos y comas de las misceláneas fiscales, como “áreas de oportunidad”.       

La no-reelección se está poniendo a revisión, con el argumento de que es necesario profesionalizar la carrera de legislador (siguiendo el ejemplo del Congreso americano), o de que para los alcaldes tres años de gestión son muy pocos. Aunque, de cualquier manera, la práctica del llamado “chapulineo”, ante el cual se exhibe tolerancia jurídica, le ha permitido a los políticos un alto grado de sobrevivencia: ya hasta se reconocen a sí mismos como “clase política”.

El otro gran propósito de la revolución, el de la justicia social, aparece aún más lejano. Después de cien años de poner en juego la energía, los recursos y las vidas de los mexicanos, el resultado es que más del 40 por ciento de los compatriotas vive en la pobreza y que el diez por ciento de la población más rica recibe el 43 por ciento de la renta nacional. Las etnias y pueblos indígenas pueden contar una historia de discriminación o de “exclusión” que sigue hasta el presente.

La educación, que fue el instrumento histórico para alentar una mejor condición social, nunca pudo ir más allá de cumplir metas cuantitativas de cobertura. Las evaluaciones internacionales muestran que los alumnos mexicanos no están formándose con las habilidades y conocimientos para poder competir en una economía abierta y global. Y así lo registran ya los organismos internacionales: México está perdiendo capacidad competitiva.

En palabras de Octavio Paz: México es un país en el que no se lee. El entretenimiento electrónico, el de los slogans y la mercadotecnia, se ha impuesto a la cultura del análisis, de la reflexión, del debate. ¿Será el 2010 un momento crítico en la historia de México?

De acuerdo a los criterios académicos, para que un hecho sea calificado como  “hecho histórico”, han de pasar 30 años y entonces, a la distancia en el tiempo, se puede calibrar la trascendencia de lo que sucedió y la identificación de los actores; quién hizo qué y cómo.

El juicio de la historia no es inmediato, pero es inescapable y casi inapelable.
Lo que sí se puede decir es que el país vive, en este 2010, momentos difíciles si no es que trágicos.

 

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