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15 Diciembre 2010
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Segundo michoacanazo
Hugo L. del Río

¿Cómo no ver en la autoridad al origen y la causa de las iniquidades de la Historia?
Octavio Paz, Pequeña Crónica de Grandes Días

El michoacanazo –segundo en lo que va del sexenio, ahora por cuenta del narco—nos enseña algunas lecciones y nos recuerda otras asignaturas que no podemos darnos el lujo de olvidar.

Durante veinte horas, los sicarios tuvieron parcialmente bajo su control a doce municipios, incluida Morelia, la capital.

Esta es, para emplear un eufemismo, una operación paramilitar.

Hasta donde sé, ni el Ejército ni la Marina intervinieron en este enfrentamiento. La lista oficial de bajas sólo habla de elementos de la Policía Federal. Los choques armados comenzaron precisamente cuando esta corporación entró en contacto con los pistoleros del cártel llamado familia michoacana.

Quizás estoy mal informado, pero los medios que consulto coinciden que los fusileros de tierra y mar llegaron a los asentamientos humanos después que habían terminado los combates.

Si así son las cosas, ¿cuál es el mensaje?

El gobierno federal anuncia, como si se tratara de una gran victoria, que la gendarmería nacional abatió a Nazario Moreno, “El Chayo” o “El Más Loco”, reputado como uno de los jefes de la agrupación criminal.

También habría caído Servando Gómez, “La Tuta”, uno de los lugartenientes de Moreno. Y de paso, se “descubrió” que otro peso completo del sicariato es profesor y sigue en la lista de maestros de la secretaría estatal de Educación. La SE dice que el narcoeducador no cobra sueldo. Habría que ver.

Por lo demás, la muerte de Moreno y Gómez en nada afectó a la estructura de “La Familia”. Hasta la policía sabe que el capo de repuesto es Jesús Méndez, “El Chango”, quien ya tomó el mando.

Llama la atención el caso de Nazario Moreno. Las cosas que estaba haciendo le dan un nuevo giro a la crisis de narcoviolencia que estamos padeciendo.

Moreno, quien se decía discípulo de Gibrán Jalil Gibrán (el maestro libanés se ha de estar revolcando en su tumba) creó una secta dizque religiosa, repartía biblias y, supongo, obligaba a su gente a leer el libro, hizo la labor social que descuidaron todos los escalones de gobierno: mandó curar de adicciones a no sé cuantos muchachos a quienes, ya sanos, incorporó a sus legiones de asesinos.

Mezcló el tráfico de drogas con su cauda de asesinatos, ataques con bombas y todo eso con una interpretación de la fe religiosa que quizá está más al alcance de la gente común y corriente que los antiguos ritos de las Iglesias tradicionales.

Michoacán fue uno de los teatros de operaciones de la Guerra Cristera. Un segmento importante de la población todavía asimila con mucha naturalidad la noción de que Dios ve con agrado que sus devotos maten a los no creyentes.

La biblia en una mano y el fusil ametralladora en la otra. Peligrosa combinación. 

Y, claro, surgen las preguntas: ¿el gobernador perredista Leonel Godoy no estaba enterado de nada de esto? Estas cosas ocurrían en Morelia, asiento del Ejecutivo estatal; esta otrora hermosa ciudad, no es muy grande ni está muy poblada.

Pero si Godoy no quiere ver las cosas no las ve. Y todavía se queja de que la Policía Federal no le avisó del operativo.

Uno también quiere saber por qué las autoridades eclesiásticas ni hicieron ni dijeron nada. En las ciudades pequeñas los curas, los maestros y los doctores lo saben todo.

¿Complicidad, tanto de Godoy como de las confesiones religiosas?

Faltaban las cerezas del pastel: las manifestaciones a favor del narco y las voces airadas que demandan la militarización de México.

Marcharon en varias ciudades michoacanas. Hombres, mujeres, niños, ancianos. Desfilaron con mantas y pancartas que tenían escritas cosas como estas:

“Viva la familia Michoacana”; “Hay que derrotar al gobierno federal”.

Tal vez eran familiares, cómplices o amigos de los sayones; quizás se trataba de personas débiles a quienes los malosos intimidaron o les dieron dinero.

Pero el hecho es que el crimen organizado está mejor organizado que el gobierno.

Y el otro hongo envenenado: un lector escribe en El Norte que “el Presidente de la República debería ser un general, con amor a México, que decidiera lo que se debe hacer y hacerlo, sin tener que esperar el acuerdo (si es que llegan a él) de los dirigentes de los partidos políticos…”

Dictadura militar, pues.

Las partes interesadas dirán misa en latín, pero el narco se manifiesta como un fenómeno político.

Uno tiene la impresión de que los gobiernos de México y Estados Unidos están promoviendo la espiral de muerte y violencia para –como dice WikiLeaks que lo pidió el general Galván, secretario de la Defensa—imponer, por lo pronto, el estado de excepción y suspender los derechos que nos dan la categoría de ciudadanos para rebajarnos al nivel de súbditos.

 

 

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