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15 Septiembre 2011
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Apunte sobre la convicción
Cordelia Rizzo

Monterrey.- Hay formas del pensar y sentir que motivan a vivir una especie de amor colectivo que muy frecuentemente se traduce en ingenuidad. Han sido ya numerosas ocasiones en las que le he hablado a oídos sordos de este peculiar absurdo, por lo que para mí es justo hablar de un recoveco poco explorado de la actividad política de hoy, la adopción de la convicción por adherirse a una lucha, sobre todo de esas que evidencian la fragilidad humana, las de lo pequeño contra el todo.

Generalmente son así los movimientos sociales, del oprimido contra el vencedor, pero dada la normalización de varios de éstos, creo que vale la pena hacer una crítica de los lugares comunes que hacen parecer que los movimientos son de los buenos contra los malos, de los justos contra los corruptos. 

La convicción es una de esas formas de la conciencia que abrevia un vacío entre la información sobre un suceso (o cadena de acontecimientos) inquietante y una tentativa de acción. Esto lo tomo de la fenomenología como método de la filosofía, que hurga dentro de los mecanismos que nos permiten sentir y percibir el mundo, cuestionando su función de transmisores de la realidad de las cosas mismas. Trata, entre muchas formas del sentir y el pensar, el de la convicción, sobre todo a través del malgastado Jean-Paul Sartre. Hallaremos sutiles ecos de esto también en Heidegger.  

Sabemos que hay personas que están tan convencidas de una idea, que a partir de ésta fundamentan su actuar y pensar. No nos extrañe que a estas personas se les trate como si fuesen ciegos o ingenuos, pues tienden a formar conglomerados de creencias que se adaptan a estas ideas. Algunas veces cuestionan las bases de su acción, otras no, y pueden hasta llegar a considerarlas sagradas. 

No obstante la forma de proceder, las convicciones son respuestas que le damos a la falta de información sobre la realidad, ante la emotividad que nos mueve a desear actuar y agenciarnos una idea, un modo del pensar. Como una forma de no alienar estos ímpetus uno decide volverse parte de una colectividad, que también, en principio, puede alienarnos. Esto es en esencia una convicción que puede estar más o menos cargada hacia el lado de la emotividad o hacia la información.

Ejemplo contrario, amar a un hijo no tiene que ver tanto con una convicción, sino con seguir uno de los rumbos pautados para la especie humana, el del amor a la sangre. Puede no seguirse, pero de cualquier forma está ahí ese camino intuitivo, como un habitus o disposición de vida fundamental. 

En el caso de decidir convencerse de que vale la pena morir por la patria, por el contrario, existe siempre ese vacío de no saber si la patria es digna comendadora de nuestra muerte. Cabe la posibilidad de descubrir en la postre que ofrecimos nuestra vida por un país ingrato, una colectividad roída, un hijo malagradecido. 

Someternos a la guía de un ideal colectivo, se ha evidenciado como una actividad peligrosa, especialmente en una ciudad como Monterrey, en donde se privilegia un estilo de obediencia elegante y voluntarista en los ámbitos cotidianos.

Gracias a ese proyecto de revisión de las formas de registrar la realidad que ha sido la fenomenología trascendental, tenemos datos interesantes que enriquecen la forma de reflexionar sobre lo que nos sucede y la posibilidad de un proyecto de transformación de los modos de ser, sobre todo los que tanto nos han perjudicado. 

Las convicciones son agenciamientos prácticamente inevitables para los seres humanos que desean vivir el flujo de la vida de otra forma que no sea grupuscular o ensimismada.

 


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