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947 12 Diciembre 2011

CRÓNICAS PERDIDAS
Microondas LG
Gerson Gómez

M
onterrey.-
Quien sufrió muchísimo de mi separación de Yanina no fue ella misma, lo nuestro ya estaba terminado. Ni los dos hijos, o las mascotas que fuimos recogiendo, cada vez que nos marchábamos de fin de semana a la finca campestre, a cincuenta kilómetros de la ciudad.

Como quiera después de haber firmado los papeles, frente al juzgado familiar, seguimos cogiendo con alegría, en la que había sido nuestra casa. Después de la mudanza, con las paredes desnudas se antojaba revolcarse, devorarnos en un callejón emocional sin salida.

Las discusiones las retomábamos en el after sex, recordaba furiosa el sobrepeso de la chica con quien le fui infiel.

A nuestros hijos siempre los tendríamos presentes, por lo menos, así lo acordamos.

También las mascotas, que se fueron a vivir con ellos.

A fin de cuentas, uno se va despidiendo poco a poco, de lo que ya no volverá a ser.

Tampoco la pasaron tan mal, los amigos comunes, que siempre están al tanto de las peleas y las reconciliaciones.

Sólo exclamaban el clásico: ah, no, ¿de verdad?, qué mala onda. Ojalá y se arreglen pronto, por el bien de los dos, de sus hijos y las mascotas; sinceramente, no merecen crecer con la imagen violenta de sus padres discutiendo.

Todo lo que debíamos decirnos, estaba hecho.

Los caminos bastante separados, que no quedara duda alguna.

Innegable el hueco de su partida, sí, como se echa de menos a una mascota que se va de casa. Como a la felina que bañaba en la lavandería de casa, los sábados y debía amarrarla del cuello para que no huyera. Mucha espuma, jabón antipulgas y cepillo duro, de doble cerda.

Así la extrañaba a Yanina.

Quien pasó navegando, no inadvertida la tormenta del divorcio, fue el microondas LG.

Su blanco caparazón comenzó a llenarse de polvo conforme avanzaban los días, hasta que le compré su capa protectora.

Luego, por prisa, o por olvido, dejé de limpiar sus paredes. Engordaba como Yanina y mi ex amante.

Aromas tan diversos, de alimentos tan lejanos impregnando los circuitos eléctricos.

Después, le dio por enfadarse con el refrigerador. No podían compartir toma de corriente.

Si el compresor del refrigerador entraba en acción, y el microondas lo usaba, ofrecía tres segundos de trabajo y se apagaba inexorablemente.

Desconectaba el micro.

Debía elegir, como lo hicieron nuestros hijos, con quién ir a vivir.

Luego, el refrigerador comenzó a hacer ruidos raros, como si tosiera, cuando le coloqué encima al micro.

En vez de mensajes numéricos, comenzó a escribir palabras. N0 35735 7R1573, fue la primer frase.

El sensor chispeando como un ojo, siguiéndome por todas partes de la cocina.

Sus circuitos se calientan si me acerco. Ya no es necesario modificar la temperatura de los alimentos.

Todas las mañanas, antes de ir a la oficina, conversamos mientras calienta el café. 6u3N05 61ª5, me dice.

Yanina asegura que tengo una amante, las veces que ha ido a visitarme, cuando me besa en la cocina y la esquivo. No me gustaría celar al micro.

No estoy de humor, le cuento. He tenido una mala semana, mucho estrés, parece que en las notas de la evaluación anual están malísimas, mi jefe me pidió llegar a las ocho de la mañana, no me van a dar bono, estoy seguro.

No me extrañaría nada que me despidieran y si no hay trabajo, tampoco dinero para pagarte la pensión.

A mí no me haces pendeja, me dijo la última vez, tienes una amante, gorda, con muchos hijos que te dicen papá; ¡sí, cómo no!, estoy segura, puto cabrón, ni un año has podido pasar solterito.

Te vale verga tu familia. Por eso no quieres coger conmigo.

Luego huyó dando portazo, estrellando el cristal de la puerta y mentándome la madre con el claxon, mientras chillaban las llantas del carro.

Volví a la cocina, le pedí perdón al micro. Le hice la promesa más sincera, mientras le quitaba la cubierta plástica antipolvo.

Lo abrace, mientras el compresor del refrigerador tose.

Metí la cabeza en el interior del micro, la cabeza y un vaso con agua para café.

Después, cerré los ojos.

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La Quincena Nº92

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