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LA DAÑINA SIMULACIÓN
Juan Ángel Sánchez

alerelogoCon mucha frecuencia los líderes de opinión, investigadores, empresarios, expertos, futurólogos y autoridades políticas y educativas que se consideran voces autorizadas se ocupan con especial interés de las problemáticas que enfrentan las universidades.

En una de esas ocasiones, 30 personajes se reunieron en la Universidad de Miami para disectar el perfil de los egresados de las instituciones de enseñanza superior del continente y en un descubrimiento comparable al del hilo negro nos endosaron una serie de verdades como las siguientes,  que el paso del tiempo no ha desgastado.

A su decir, América Latina tiene muchos profesionistas de café, que pueden hablar acerca de Miró o de Picasso, ya que de entre los egresados de dichas universidades predominan los graduados en abogacía, sociología o en humanidades, en cifras que superan las de los egresados de ciencias: físicos, matemáticos, biólogos, inventores y expertos en negocios.

El diagnóstico, acertado a ojos de los predicadores del valor agregado, la competitividad, la producción de propiedad intelectual, de los promotores de los valores del capitalismo salvaje, no tiene nada de nuevo. Ha sido elaborado con un sentido crítico, orientado a indicar que vivimos en el error. En él se enaltece una constelación de valores económicos, políticos y culturales, en demérito de otra constelación que, al parecer es la que hemos abrazado y la que, al parecer nos resulta problemático abandonar.

Esta dicotomía no es nueva, ya en 1856, hace más de ciento cincuenta años, el pensador chileno Francisco Bilbao, leyó en París un texto en el que, como los sabios de Miami, contrapuso los valores de nuestra América Latina a los de la nación del norte.

Un fragmento del discurso de Bilbao, que aparece en el libro de Leopoldo Zea, Fuentes de la cultura latinoamericana, editado por el Fondo de Cultura Económica, al pie de la letra nos dice que los latinoamericanos, “…creemos y amamos todo lo que une; preferimos lo social a lo individual; la belleza a la riqueza, la justicia al poder, el arte al comercio, la poesía a la industria, la filosofía a los textos, el espíritu puro al cálculo, el deber al interés. Somos de aquellos que creemos ver en el arte, en el entusiasmo por lo bello, independientemente de sus resultados, y en la filosofía, los resplandores del bien soberano. No vemos en la tierra, ni en los goces de la tierra el fin definitivo del hombre; y el negro, e indio, el desheredado, el infeliz, el débil, encuentra en  nosotros el respeto que se debe al título y a la dignidad del ser humano.”

En tiempos de la globalización el perfil de los latinoamericanos trazado por Bilbao puede resultar ingenuo, romántico o anacrónico, pero no se puede negar que en él resuena un eco lejano de los calificativos que los investigadores y expertos de toda laya nos endilgaron a los egresados de las universidades del sur del Río Bravo.

Aquí aparece un triple reto que los sistemas educativos y políticos de Latinoamérica no han podido resolver. El primero consiste en la implantación de un sistema educativo que sea lo suficientemente atractivo y eficiente para seducir a los aspirantes, para que se inscriban en las nuevas carreras profesionales que el siglo XXI demanda, en vez de seguir aferrados a las carreras tradicionales y opten por convertirse en ingenieros en mecatrónica, aeronáutica,  robótica, biólogos moleculares, expertos en matemáticas financieras y otras por el estilo.

El segundo de los retos obliga a no disociar las ciencias duras  y las carreras técnicas  de las humanidades y las letras, a no recaer en un espacialismo mostrenco que forma profesionistas encerrados en el marco estrecho de su disciplina, con un manejo totalizador de lenguajes técnicos y computacionales, seducidos por el valor agregado y la propiedad intelectual, pero que difícilmente hablan y escriben el lenguaje común y corriente; no leen un libro ni de autoayuda y en su hablar cotidiano abundan los “haiga” y los “íbanos y veníanos” y otras linduras y que, por supuesto, son refractarios a todo lo que no produzca plusvalía.

No se trata, pues, de quedarse con una sola de las opciones, sino de concederle a cada una su peso específico y agregar  a todo un tercer reto: que la educación sea eficiente y eficaz, alcance todas las metas que se propone; acabe con el analfabetismo, la deserción escolar, los alumnos aprobado pero con fuertes y reconocidas deficiencias; la limitación al acceso, las cifras maquilladas, pero, sobre todo, acabe con la simulación y los simuladores, la fauna más dañina de todas.

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