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EL SUAVECITO
Gerson Gómez
culturalogoTengo veintitantos años y aún no he logrado nada en la vida.
Si me casé con ella fue por inercia, después de mucho tiempo de estar juntos. Un día llegó con esa novedad a nuestra cama.
Quizá como puntada de borrachera habría sido interesante, pero como a ella le molestaba mi manera de beber, no me desagradó hacerla mi esposa: si estás sobrio no puedes verle los defectos a tu novia o pareja, para eso se necesita el alcohol, para desinhibirnos y soltarnos la lengua, y armar complots.
Mientras tanto la brisa de un ventilador está puesto de manera giratoria en el escritorio de la secretaria gorda del quinto de lo civil.
Aquí estamos esperando, haciendo fila para entrar con el juez, para eliminar esa horrible mancha en mi vida. Ese error tan flamenco.
Ella llegó acompañada de su amigo gay: no vale la pena describirlo, pero para los curiosos es algo así como blanca nieves con uno de sus gigantes, tan fashion y cool.
Me urge dar por finiquitado mi asunto con ella. Es una verdad solitaria.
Ya no duelen las desveladas por las cantinas, de anhelarla en tantas barras, comiendo cacahuates y subiendo el tamaño del abdomen, de esa desilusión el resultado son ocho kilos de más.
Inflado y abandonado por completo, me doy al vicio, pero ese mediodía, sale de la oficina una hermosa rubia. Ella voltea y yo sonreí.
Ingreso primero con el juez. Le digo, aquí está la chica. Pásala, pues. Antes le pregunto por el asunto de la güera ojo azul.
Se acaba de divorciar. Pero aún le faltan algunos papeles por arreglar.
Me sobo las manos, parece hay una prospecta para invitarla a salir, de ir al cine, como antes se usaba.
Entra mi aún esposa. El juez nos reconviene si hemos pensado completamente esa decisión de disolver nuestra relación, sobre todo, a los dos meses de casados, quizá deberíamos esperar un poco.
En eso lo interrumpo y le digo: eso está de más.
Asiente. Sólo tenemos un problema: una propiedad en común. Debemos de volver a buscarlo cuando finiquitemos ese asuntillo.
Te recomiendo lo hagas antes del próximo jueves. Ese día vuelve Eugenia.
Así se llama la rubia superior: Eugenia.
Ni hablar, mi aún esposa sale acompañada de su guarura gay. Le digo, mañana mismo vamos a la hipotecaria y agilizamos cualquier problema. Devolvemos la casa y quedamos a mano. No me debes nada. Y yo estoy dispuesto a olvidar si te hice daño.
Ella ríe: eres un cínico, suavecito, cabrón, por ahí ya has de traer algo en vista.
¡Cómo, corazón!, le contestó, si aún estoy viviendo mi duelo, todos los recuerdos y las veces que hicimos el amor, no es tan fácil de olvidar.
Y si fuera poco, no ves semejante panza, quién crees se va a fijar en uno en estas situaciones.
Hacemos una cita en la hipotecaria. Yo pienso en Eugenia. Regresamos las llaves de la casa. Ellos se quedan con el enganche, a manera de depósito, por si hicimos algún desperfecto.
El jueves temprano llego y me topo con Eugenia. Llevo un libro de poesía. Trabamos miradas, me derriten lo azul de sus ojos. Sus largas piernas de lluvia y el cabello girando con el ventilador de la gorda funcionaria.
Después de un buen rato de charla, ella también conoce mi historia.
Por ahora sólo le pido su mail, para darla de alta en mis contactos.
Mi aún esposa está por llegar, y el juez ya está esperando a Eugenia para terminar su matrimonio. Es nuestro día de la Independencia. Sólo nos hicieron falta los fuegos pirotécnicos. Eugenia, y yo, y mi ex completamente disuelta.
Mi ahora ex, con qué libertad puedo mi buen, puedo decir: arriba y adelante.

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