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QUE LOS CUMPLAS FELIZ
Lorena Sanmillán

culturalogoSalgo a buscar paz en un café. A esas horas de la tarde el Applebe’s está casi vacío. Es un buen sitio para trabajar. Eso lo descubrí una tarde que me dejaron plantada. Tengo muchas cosas qué hacer, entre ellas, escribir mi artículo para 15Diario. Por favor, que se pare el mundo, que nada me distraiga.
Llego y la hostess muy sonriente me invita a pasar. Mientras me lleva a mi mesa pienso si trabaja para pagarse la preparatoria o trabaja por no querer estudiar preparatoria. Le ordeno a mi mente que vuelva a mí, que se concentre en mis pendientes. A eso es a lo que fui.
Saco mi libreta de notas del portafolio y enciendo la laptop. Fiel a mi intención de concentrarme no pido la contraseña de red inalámbrica y apago mi celular. Es un tiempo para mí, exclusivo para trabajar. Un legajo azul me acompaña mientras llega mi café. Calentaré una mesa por varias horas a cambio de treinta pesos, propina incluida.
Cerca de mí está sentado un matrimonio. Me gusta pensar que siguen de romance, como cuando eran novios. Luego le doy un giro a mi imaginación y pienso que son amantes o están aburridos de tomar café en casa o han venido a gastarse lo último de su quincena porque al señor le diagnosticaron cáncer. Tal vez son hermanos. Quizá quedaron de verse aquí desde hace más de veinticinco años.  Le ordeno a mi mente que vuelva a su cauce. No sólo de escribir vive el hombre o la mujer o lo que sea.
Reviso los pendientes. Cotejo notas y facturas. Redacto la bitácora. Me falta hacer la Memoria Descriptiva. Huyo de nuevo y pienso que sería mejor si me voy a la construcción a sentir el proyecto. Volteo hacia todos lados y me voy tras las persianas. Abro y cierro los párpados. Imagino que en mi interior alguien o algo modula la entrada de la luz.
Un perfume con tintes de violeta instala en mis sentidos la llegada de lo que supongo debe ser una mujer guapa. Así es, confirmo lo anterior al verla de reojo. Una jovencita bien vestida, maquillada, cabello planchado y con manicure francés le pide a la hostess mesa para siete. Para mi desagrado, se sienta enfrente de mi espacio. Invasora, le digo con la mirada. Yo que buscaba paz, compartiré espacio con siete huerquetas escandalosas festejando el cumpleaños de la otra. Imagino celulares sonando y bip bips de nexteles para ponerse de acuerdo. Sí, wey, o sea, tipo de que ya llegamos.
Los meseros le acomodan las mesas y sillas. La chica carga una bolsa y comienza a sacar cosas. Infla globos metálicos y coloca uno en cada silla, pone también serpentinas, espantasuegras y gorritos del mismo color de los globos en cada uno de los lugares. Todo combina. No se le ha pasado detalle alguno. Uy, encima se trata de una fiesta por todo lo alto. Definitivamente, adiós a mi paz.
Una vez que acomoda todo, se sienta en la cabecera de la mesa y se pone un gorrito que dice Happy B’day en letras escarlata sobre fondo plateado. Ordena una rebanada de pastel y un café. La veo de reojo entre nota y nota. La concatenación de acciones en el lapso temporal me indica que no espera en realidad a nadie. El mesero le trae el pastel con una velita de cumpleaños. La enciende. La chica comienza sola a cantarse las mañanitas. S-o-l-a. Los meseros se unen para hacerle coro. El matrimonio se suma también a la canción. Yo, incrédula me uno por inercia. Le cantamos todos.
Después de cantarse las mañanitas, se aplaude. Aplaudimos todos los espectadores por imitación y lástima revestida de empatía. Muerde el pastel y le da dos o tres bocados. Apenas prueba el café. Pide la cuenta, deja un par de billetes en la carpeta y se va con su gorrito puesto. En la mesa se quedan los restos de su platillo y los artículos que con tanto cuidado dispuso.
Me quedo helada. ¿Qué pasó? El matrimonio y yo intercambiamos miradas. Los meseros recogen las cosas; lo que pasó pasó y necesitan la mesa para los demás clientes. Les pido un espantasuegras que guardo como evidencia. Para mí no tiene explicación este insólito suceso, mil preguntas llegan a mi mente feliz por la distracción. ¿De qué se trató? ¿Tradición? ¿Tiene a su familia lejos y así quiso acercarlos? ¿Le basta su compañía para festejarse? ¿Por qué siete sillas? ¿Locura? ¿Depresión? ¿Alta autoestima? ¿Desolación? ¿Cámara escondida? ¿Perdió una apuesta? ¿Será una promoción de alguna estación de radio para ganarse los últimos boletos de Jonas Brothers o del Clásico? No lo sé. Y supongo que no lo sabré nunca. Evado mis pendientes de nuevo buscándole razón a lo que acabo de atestiguar. No sé ni qué pensar. Quizá sólo lo hizo para que yo tuviera un tema sobre el cual escribir este artículo. La realidad siempre es superior a todo aquello que se pueda imaginar.
 
lorenasanmillan@gmail.com
http://lorenasanmillan.wordpress.com

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