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CARIDAD
J. R. M. Ávila

Chale, carnal. Pobre güey, ya le ensartaron otro vaso de café. Con el frío que hace, y verlo ahí, echado en la banqueta, lo primero que se les ocurre pensar es: pobre bato, ha de tener un chingo de frío, y le encasquetan un café del Super Siete. Ahora de perdido no se quedaron en eso, también tantearon que tenía hambre y le compraron una pieza de pan, al gusto de ellos, ni modo de venirle a preguntar de cuál le gusta. No se vaya a poner sus moños.

Y ahí van, muy orondos, como si al güevón le salvaran la vida con un pan y un café, de lo que ha de estar harto hasta la madre. Y el cabrón pone su cara de agradecido y ellos se van muy contentos por su buena obra del día. Seguro que la idea debe haber sido de la morra, que por cierto qué buen culo se carga, porque los hombres somos muy ojetes para estas cosas. El bato debe haber pagado todo con tal de quedar bien con ella. Pinche viejo, canoso, gordo, pasado de los cincuenta y mira la vieja tan buena que trae.

Donde mueven su carro blanco, chido de veras, para irse, se alcanza a ver la ambulancia de la Cruz Verde con dos güeyes adentro. No sé qué esperan ahí, a lo mejor que haya un choque y les digan que hay que recoger un muerto o acabarse el café que compraron para quitarse el frío, nomás ellos saben su cuento. Lo que habían de hacer es cargar con el zarrapastroso ese y atenderlo de lo que sea, para que no esté ahí, dando lástimas. No se vaya a morir de frío el cabrón o se vuelva loco con tanto café que le meten. Ni lo han de ver ya, de tanto que ha estado ahí.

Y el güey parece que no tiene llenadero. Le pueden llevar diez, quince vasos y se los zampa. No sabe decir que no. Además, ¿Cómo va a echarle a perder la caridad a la gente? Ni le preguntan si quiere su café con azúcar o sin ella, negro o con leche o con crema o descafeinado o fuerte. Ahí te va este café, cabrón, y te lo tomas como te lo damos, porque no nos vas a echar a perder la caridad que te hacemos.

Lo peor es que mientras más café toma, más es lo que mea. Y ni modo que se levante de su lugar para hacerlo en el Super Siete. Ni siquiera lo dejan entrar, ¿cómo no va a miarse en la banqueta, parte por necesidad y parte por desquitarse de ellos? Ha de decir: ¿No me prestan su baño? Aguántense la peste, cabrones. Y no nomás les mea la banqueta. Ahorita de perdido hace frío y no huele a nada. Pero cuando hace calor, hasta acá llega la peste de su caca. Entonces sí que es un alivio acabar de vender el periódico para irme.

Por lo que se ve, la gente tiene que verlo a uno tirado, de güevón, o en las esquinas, pidiendo limosna, haciendo la faramalla de que está bien jodido, para que le ayude. Yo digo que cada quién hace lo que quiere con su lana, pero a ver, ¿por qué no se compadecen de mí, que estoy trabajando y me ofrecen un café con tanto pinche frío que hace?

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