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984 1º Febrero 2012

FRONTERA CRÓNICA
Ni cruces ni alfileres
J. R. M. Ávila

M
onterrey.-
Cuando los gringos llegaron al territorio de Nuevo León durante la invasión de 1846 a 1848, entre las cosas que más les intrigaron estaban las cruces diseminadas a orillas de los caminos.
Supusieron primero que se trataba de entierros en forma, con féretro y cuerpo, pero descartaron esa suposición cuando notaron que en cada pueblo por el que pasaban existía al menos un panteón.

Después se enteraron de que mediante aquellas cruces se acostumbraba señalar los lugares en que alguna persona había muerto de manera violenta, víctima de tribus indias o de salteadores de caminos.

También les llamó la atención que la gente, al pasar frente a las cruces, se persignara y colocara una piedra en la base. Más tarde supieron que cada piedra representaba una especie de ofrenda y que el ritual de persignarse se hacía para que el alma de los difuntos no anduviera “en pena” ni espantando a nadie.

Durante los casi dos años que permanecieron en este territorio, los gringos mismos acrecentaron el número de cruces que había en los caminos. Por supuesto, como los lugareños se cobraban las muertes que los extranjeros les infringían, el ejército norteamericano tuvo que construir un panteón para enterrar a sus soldados.

Lejos han quedado aquellos tiempos. Ahora las cruces se reservan casi exclusivamente para muertes por accidente en las carreteras. Para las muertes violentas no hay registro completo ni siquiera en los medios informativos. Y mucho menos cuando las muertes se dan a montones día tras día.

Si alguien pretendiera marcar con alfileres, en un mapa, las muertes que se verifican a diario, tendría que utilizar un mapa enorme, tal vez como el que Borges ideó en “Del rigor en la ciencia”, texto disfrazado como fragmento del libro ficticio “Viajes de varones prudentes” de un tal Suárez Miranda: “Con el tiempo, esos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él”.

Y es casi seguro que ni con ese mapa podría registrarse la muerte desmesurada que campea por aquí.

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La Quincena Nº92

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