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1085 21 Junio 2012

 

ANÁLISIS A FONDO
La Claraboya de José
Francisco Gómez Maza

Aún muerto, José Saramago enseña a ver la vida
Para no ser atrapados en los tentáculos del pulpo

Ciudad de México.- En estas refriegas del periodismo cotidiano, que retrata y desmenuza las trivialidades y chocarrerías, convertidas por el inconsciente en alternativas ciudadanas en busca de una sociedad menos injusta (¿de veras se busca una sociedad menos injusta, o es puro cuento?, es saludable mirar a través de la claraboya de José.

El cuerpo se cansa y el espíritu se exalta, y el hombre se pierde, con el ruido ensordecedor de la demagogia y del populismo, de izquierda y de derecha. Y es cuando hay que mirar serenamente a la “realidad”. No la del mundo “virtual” de las ondas radiales de la internet (donde sólo se hace uno guaje), sino la del espíritu y de la carne.

Recorrer los mundos interiores de las cosas y los seres vivos concretos, para sentir la vibración divinamente humana de la Gran Realidad. Y recobrarse como ser humano.

Y qué mejor decisión que coger Claraboya de José Saramago, una historia, una novela, un álbum fotográfico, un poema, escondido durante más de cuarenta años debajo de la tierra, donde viven los hombres que se fueron, y que apenas acaba de imprimir una editorial para regalármela y abstraerme de ese escandaloso altoparlante de los boletines de prensa, de la televisión acorralada, de la radio bocabajeada, mecanismos de manipulación de la conciencia individual y colectiva (si es que existiera la conciencia colectiva.)

Ver la vida a través de Claraboya es convertirse en observador, simplemente en observador, como recostarse sobre el césped tan sólo para mirar pasar las nubes, para no quedar atrapado entre los tentáculos del gran pulpo de la inconciencia. Es como flotar, simplemente flotar abandonados, sobre las aguas de un lago apacible y no pensar, sólo ver, mirar y sentir las caricias del manso oleaje del agua.

Tiene un profundo y trascendente sentido zen ser absorbido por las palabras, las imágenes escritas, las instantáneas fotográficas, la revelación de los interiores humanos, con sus grandezas y miserias. Esta es la experiencia de leer la obra de uno de los periodistas, cuentistas, novelistas y poetas del siglo XX, quien junto con otros profetas como Rulfo, Paz, Fuentes, García Márquez, capta la realidad y ateamente la diviniza. Hablo de José Saramago y de su prolífica obra, y particularmente de su Claraboya, una muestra del genio creador de ese portavoz ateo de los dioses, de ese rescatador de dios de los tentáculos del pulpo de la manipulación.

Leer Claraboya, como leer Caín, dos insignias vibrantes de la visión humana y divina de Saramago, es transustanciarse en dios, palabra que significa luz, y recobrar la condición humana a través de la vivencia de una sociedad absurdamente inhumana, atrapada en los tentáculos del pulpo de la trivialidad, de la inmundicia, de lo simplemente animal.

Se engrandece la obra de José con el paso del tiempo. Escribió Claraboya en plena juventud; quizá cuando contaba con 30 años de edad. La entregó al impresor y éste, atrapado también por el pulpo, la archivó, sin la delicadeza de informarle al autor que el material no valía la pena de imprimirse.

Pero Saramago creció. Llegó a ser un gran profeta – hasta recibió el Premio Nobel en 1998 – y entonces, 40 años después, la editorial descubrió el manuscrito en los viejos archivos y la imprimió.
Y Claraboya fue, contradictoriamente, el broche de oro del historial literario y profético de Saramago. Claraboya está en las manos, los ojos y la mente de incontables lectores no sólo del portugués, esa lengua sabrosa y seductora que ha dado grandes literatos y preciosos amores, sino del castellano universal.

Mientras a través de su Claraboya Saramago corre los velos de las miserias y grandezas de los seres humanos, se muestra en Caín como un verdadero creador de un dios verdadero, luego de derruir la concepción bíblica de un dios todo crueldad e irresponsabilidad, que acepta el sacrificio de Abel, mediante el rechazo a Caín. ¨Qué diablo de dios es éste que para enaltecer a Abel desprecia a Caín”. Y lo asesina por las manos de Abel.

El 18 de junio del año 2010, Saramago se despidió para siempre de sus lectores.  Pero yo le escucho aún porque es uno de los autores que ha marcado mi vida. Otro tanto ha logrado el portugués con Memorial del convento, El evangelio según Jesucristo, Las intermitencias de la muerte y otros. Soy más ser humano y periodista luego de calmar mi se en los abrevaderos de Saramago.

A los dos años de la partida de José, por supuesto que hubo actos de homenaje, como el celebrado en Lanzarote (tierra adoptiva del poeta), donde la Fundación José Saramago organizó una “lectura continuada”.
Confieso mi ignorancia. No tengo noticia de que en México se le hubiera recordado públicamente.

analisisafondo@cablevision.net.mx

 

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