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1113 31 Julio 2012

 

Cerco a Televisa Mty
Emiliano Sánchez

Monterrey.- Cientos de jóvenes nos tomamos de las manos por la democracia, sudamos y nos ensuciamos juntos. En esta ocasión, afuera de las instalaciones de Televisa. Monterrey vivió esa tarde todo un acontecimiento. Parecía toda una fiesta: música, baile, futbol, consignas y palabras alentadoras, comida, campamento, autoridades; todos en armoniosa convivencia.

El contingente llega a las instalaciones de la institución aproximadamente a las 19:00 horas de un día gris, recién azotado por la lluvia. Afortunadamente las calles están secas, pero se respira la humedad en el aire. Entonando cantos de protesta, cada quien ocupa sus puestos. Se prepara la instalación del campamento, del sonido, de la mesa de los alimentos. El comité de seguridad coordina el movimiento. Se hace un cerco a Televisa. La calle es nuestra: José Marroquín Leal, esquina con Albino Espinosa, en el primer cuadro de la ciudad, tomada en su totalidad por la ciudadanía.

En un principio la amarga preocupación: ¿seremos los suficientes para que la policía no desocupe el campamento? Estamos rodeados. Fuerza Civil de Nuevo León desplega sus tropas a una cuadra, con equipo antimotines. Pero la reacción del contingente es pacífica. Dos unidades de la organización ocupan un estacionamiento de Televisa ubicado justo frente a nosotros, otra permanece en la entrada del mismo, con sus elementos en guardia. Vigilan de principio a fin.

Organizaciones civiles confluyen en la toma: asambleas estudiantiles, la Interuniversitaria, Colectivo Ciudadano en Defensa de la Pastora, Psicólogos por la Democracia, Comida No Bombas, y más. Comparten sus palabras, invitan a la lucha, a la defensa de lo nuestro, desahogan sus pesares sociales. Nos espera una larga jornada de eventos.

Música en vivo, a guitarra, bajo y batería; poesía, por los compañeros de Asalto Poético. La toma se llena de colores. Ánimos arriba. Futbol, “cascarita”, empapados en sudor, juegan hombres y mujeres. Dominio del balón, expresiones de libertad, frente a las instalaciones del tirano mediático.

La noche es matizada por performances diversos. Uno explícito, que critica el contenido de la programación de la televisora: violencia, desgracia, menosprecio del sexo femenino. Uno abstracto, en el que un joven vestido de pies a cabeza de blanco, cerca a un grupo de espectadores con una extensión de corriente. Tras él, otro joven vestido de plateado, con una tela metálica, y una máscara de gas cubriendo su cabeza, toca collages auditivos en los que se pueden escuchar tramos noticiosos y secuencias televisivas. Ambos se mueven, en una suave e ininterpretable secuencia.

Al terminar la actuación, tras los aplausos y gritos del publico ya encendido por la emoción, el tipo del audio retira la máscara de su cabeza y deja correr una pieza de música electrónica que consuma la descarga de adrenalina que el correr de la noche había echado a andar. Da inicio la sesión musical, a todo volumen. Brincamos, bailamos, gritamos, la policía observa solamente. Ni siquiera un llamado de atención, ni una sola petición de bajar el volumen. Tenemos el aval de la fuerza pública. A su paso por Espinosa, los autos se detienen a observar “la fiesta”: alrededor de cien jóvenes divirtiéndose en la calle, más los dispersos por el área. Y, de pronto, un incidente.

Un estudiante corre, una oficial de la municipal tras él. Llega al área de la música, todo se detiene, los que bailábamos nos sentamos alrededor de ambos, listos para escuchar la explicación; se respira tensión en el ambiente. El joven había corrido al sentirse inseguro ante la presencia de los oficiales, fuera del área acordonada. Esto despertó sospechas, y fue perseguido. Esa era la razón. Ana, una chica del comité de seguridad, interviene para explicar a los oficiales lo que sucede en el lugar; de qué se trata la protesta. Tras un intercambio de palabras no muy prolongado, la oficial da una palmada en el hombro al joven y le sugiere actuar con más cordura en otra ocasión. Da el visto bueno a nuestra acción y nos da la indicación de seguir con el evento. La multitud estalla en gritos y los policías salen del campamento bajo el coreo de una consigna que les recuerda que pertenecen a esta tierra, que están de nuestro lado, y aquí para cuidarnos. Volumen arriba, ¡que siga la fiesta!

Entre las expresiones más radicales y que lograron levantar más los ánimos, dos televisores son hechos trizas a palos por algunos jóvenes, mientras el resto observa alrededor enardecido de la emoción. Al reventar de la primera burbuja de cristal, la policía se alerta, muestra intenciones de intervenir, pero nuevamente cede, nos permite continuar con el ritual, con el derrumbe del templo de la ignorancia. El tiempo se detiene esta noche en la ciudad. Se nos permite expresarlo todo.

 

Una llamarada ilumina la calle entera: los chicos del fuego, desarrollando coreografías bien elaboradas, a niveles altos de desempeño. Hacen piruetas y acrobacias, mantienen al público derramando los ánimos y emociones de la noche en las calles. Son casi las doce. Cadenas encendidas, aros, bastones, cuerpos femeninos, en plena extracción de la sensualidad de su movimiento, vestuarios llamativos, complejos maquillajes. El show termina y tomamos nuevamente la pista.

Al terminar el DJ, la música sigue. Esta vez se escuchan todo tipo de letras revolucionarias, desde las que representan hoy a la juventud, hasta las que remiten a aquella juventud herida en los 60s. La gente canta y celebra.

En la madrugada se da un aviso: la música se apagará a las tres. A tal hora se baja el volumen, pero muchos aún no quieren dormir. Continúa la fiesta, dicen otros. Vamos a ver qué pasa. El ambiente se tranquiliza. La gente se ubica fuera de sus tiendas de campaña, en colchas a la intemperie, o donde sea que sus grupos se encuentren. Y platican.

Nunca había acampado sobre la calle y su aroma a aceite de motor quemado. Hasta mi tienda terminó manchada, pero no hay mancha que pueda ensuciar el manto de libertad esa noche tendido sobre la calle.

A las tres treinta, la consigna es no perder los ánimos. Se llama a una reta de futbol. Estaba muy dormido para recordar si ello ocurrió. Solo sé que las voces de los apasionados con el tema de la situación actual nunca callaron; la conversación continuó hasta el amanecer.

Diez minutos antes de las 7, una trompeta llama a reanudar actividades bajo el son de “Toque de Bandera”. Desperté de una carcajada. Se da un aviso para que los presentes soliciten relevos, pues se busca que el campamento se prolongue hasta las 14:00 horas. Suena la canción de Mercedes Sosa, “Me gustan los estudiantes”; se llama a asamblea para decidir el destino del evento, y se invita a tomar café al frente.

El desayuno nos espera: pan dulce (patrocinado por maestros de Sociología), sándwiches y tacos de harina.

Bienvenido el nuevo día. Tengo que dejar el campamento.

No sé cómo terminó todo.

@Emiliano_

 

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