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1421 7 Octubre 2013

 

EL CRISTALAZO
El hombre de Tepic
Rafael Cardona

Ciudad de México.- No fui yo quien lo bautizó como “El hombre de Tepic”. Fue Hugo L. Del Río, colaborador suyo en Sicartsa, cuando Raúl Torres Barrón era la mano derecha de Jorge Leipen Garay en tiempos demasiado remotos como para incluirlos en el pasado reciente.

En aquella época, México tenía una industria siderúrgica agrupada bajo el mando de Jorge y el área de comunicación estaba en manos de Torres Barrón, quien había llenado su oficina con la más extraña colección imaginable de locos felices.

Uno de ellos era el ya dicho Del Río; los otros eran Javier González Rubio, Rubén Jáuregui, Fernando Cantú y algunos más. Torres Barrón, a quien muchos conocimos cuando su despegue como reportero en Excélsior. Era un  hombre de muchas habilidades. Veía la política con idéntica agudeza de como percibía la noticia.

Siempre fue un reportero de primera plana y en su equipaje legendario estaba haber entrevistado a casi todos los presidentes de Sudamérica, uno tras otro, en víspera de un viaje presidencial de Richard Nixon al cono sur. 

A diferencia de otros, nunca parecía tener prisa ni conocer la angustia del periodista, quien siente el tiempo como fuego entre las manos cuando se le van los días y no logra su cometido. Pero en verdad llevaba la música por dentro. Sus angustias personales no se desahogaban en el bar, según el método más común  entre nosotros, sino en la farmacia. 

Raúl era un hipocondriaco profesional,  si esta categoría existe más allá de la licencia en la redacción.

“Ven, acompáñame, ven rápido”, me dijo una tarde en Canadá.

Me sacó casi a jalones del salón de prensa del hotel Château Laurier de Ottawa y me llevó satisfecho de su hallazgo feliz a una enorme farmacia. Parecía un hangar para Jumbos. Enorme, surtida de piso a techo con  altísimos anaqueles llenos de medicinas, vitamínicos, analgésicos, antiácidos y bloqueadores cardiacos. No, en ese tiempo todavía no se inventaba el Viagra y tampoco ninguno de sus similares.

Llenaba el carrito con frascos y más frascos. Miraba como un niño en una juguetería los frascos transparentes y los colores de caramelo de píldoras verdes, rojas y amarillas; tabletas, comprimidos, ampolletas con vitaminas. 

Al final de la jornada, en la cual lo único necesario de mi parte fueron ciertas habilidades de traductor, Raúl salió con un hallazgo maravilloso: un aparato para medirse la presión arterial mañana, tarde y noche.

Torres Barrón cambió el reporterismo, en cuyo desempeño fue exitoso, por el servicio público. A él le debo mi llegada a la oficina de Comunicación Social de la presidencia en el gobierno de Miguel de la Madrid, donde ocupé varios cargos, incluyendo el suyo, cuando por diferencias en el equipo decidió buscar otro rumbo. 

Mi llegada a aquella oficina en Los Pinos fue lo más parecido a un milagro. Yo pasaba por los mares del naufragio laboral y sin él, quién sabe cuál habría sido mi futuro en aquellos días. Me invitó, me entrenó, me enseñó y me ayudó. Si antes de eso éramos amigos, después lo fuimos más.

Raúl se ligó con varias personas en su carrera pública: Jorge Leipen, Manuel Camacho  y Manuel Cadena. Con Camacho ocupó la delegación Venustiano Carranza donde conoció a plenitud la política y el gobierno. De Leipen ya se ha dicho y de Cadena se dirá ahora. 

Hace mucho tiempo, cuando Arturo Montiel debía decidir o al menos ser el fiel de la balanza en el proceso de sucesión para el gobierno del estado de México, Raúl y yo fuimos a cenar. La plática derivó, como era lógico, a las aspiraciones de Cadena, quien había desarrollado una poderosa secretaría de Gobierno en el Estado cuyas omnímodas funciones se acrecentaban gracias o por consecuencia de las repetidas ausencias de Montiel. 

─¿Tú crees en la candidatura de Cadena?, le dije. 
─No. Manuel no va a ser el candidato”. 
─¿Cómo estás tan seguro? 
─No sé, pero veo demasiados signos en favor de Peña Nieto. No te podría probar nada, pero lo siento, lo palpo. Si quieres es pura intuición, pero Montiel ya decidió. Estoy seguro.
─¿Y ya hablaste con Peña?
─He hablado con él muchas veces, pero no me voy a cambiar de equipo. Yo me sigo con Manuel pase lo que pase.  

Y pasó cuanto pasó. Y Raúl se mantuvo firme en su lealtad y leal en su convicción hacia el partido y sus decisiones. Como antes, pues, como debe ser. 

Por aquellos años, RTB tuvo un grave accidente de carretera. Fui al hospital y obviamente no había visitas en la terapia intensiva a la cual fue sometido. Salió del duro trance y cuando lo visité en su casa de Lindavista lo hallé aun disminuido físicamente, asustado por lo ocurrido, pero determinado a seguir adelante con la vida, cuya segunda oportunidad estaba dispuesto a disfrutar y aprovechar. 

Y así lo hizo hasta hace unos días, cuando antes de hacer su trabajo final, la segadora lo llevó de la mano a un sueño profundo.

Descanse en paz mi amigo. 

Lino

Les contesta Erwin Lino, secretario de Enrique Peña Nieto  a quienes quieren debatir en nombre del Peje con presidente sobre asuntos en manos del Congreso: doña Bertha (Luján), don José Agustín (Ortiz), don Octavio (Romero): sírvanse dirigirse a la otra ventanilla, el Ejecutivo no manda en las decisiones del Legislativo. 

Por cierto, se llama separación de poderes. ¿Han leído a Montesquieu?

Calmantes montes, diría Cantinflas. 

 

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