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1421 7 Octubre 2013

 

Esto no es el 68
Hugo L. del Río 

Monterrey.- Horacio Quiñones fue un gran periodista regiomontano. Comunista de línea dura, su terca honradez lo hundió en la miseria a tal grado que, para ir calzado con decencia a su matrimonio civil, el maestro Alfonso Reyes Aurrecoechea le tuvo que prestar unos zapatos.

Creó la primera carta confidencial de México: el Buró de Información Política. El Presidente Ruiz Cortines le tenía tanta confianza que le pidió reproducir, en sus partes esenciales, un tratado secreto que obligaba a México a permitir bases militares norteamericanas.

En el 68, todo su prestigio como hombre y analista político se vino abajo: aplaudió la matanza del Dos de Octubre como una sabia decisión de Estado. Se hundió a fondo: quiso ridiculizar a la gran reportera italiana Oriana Fallaci, quien en Tlatelolco recibió un balazo en un  glúteo, y escribió que si la peninsular era discreta nadie le vería la cicatriz. Supongo que el único que rió fue Díaz Ordaz.

El Ejército entró a Tlatelolco para matar. La tropa iba municionada y apoyada por tanquetas. Todo el cuento chino de que los muchachos más radicales provocaron a los soldados al disparar desde el edificio Chihuahua es insostenible. Sabemos que fue el Batallón Olimpia el que montó, torpemente, la provocación. Y la información disponible a la fecha confirma la orden que dio el poblano al secretario de la Defensa, Marcelino García Barragán, quien en sus buenos tiempos fue hombre de las confianzas del Presidente Lázaro Cárdenas.

La naturaleza humana es frágil y son poderosas las tentaciones del dinero y el poder. El caso de GDO es distinto. Educado en la cultura (vamos a llamarla así) del autoritarismo, la intolerancia y la sumisión a Estados Unidos, entendía que la disidencia es traición a la patria. Por ello, los muertos nunca le causaron remordimiento.

A sus propios ojos se vio como salvador de México: evitó que un centenar de chicos infrarrojos derrocaran al gobierno y convirtieran al cuerno de la abundancia en un Soviet. Hoy, los mexicanos inteligentes (minoría muy reducida) entienden que la feble apertura a la democracia formal se logró con el sacrificio de estudiantes, curiosos, viandantes y residentes de los multifamiliares de Tlatelolco. Y los mal llamados anarquistas (sin duda analfabetos que nunca oyeron hablar de Gramsci) aprovechan el aniversario de la tragedia para cumplir con sus consignas de desatar la violencia, crear el caos y desesperar a los millones de defeños.

Tenemos narcos que controlan poblados y tramos de carreteras federales; profesores que cierran sus escuelas para hacer marchas que terminan en gresca y vandalismo y ahora, falsos ácratas encapuchados.

¿Quién o quiénes están detrás de todo esto? Por lo pronto, el Estado mexicano se encuentra desestabilizado.

Lo que sigue, sólo los dioses lo saben.

 

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