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1431 21 Octubre 2013

 

El negocio de la guerra
Hugo L. del Río

Monterrey.- En la provincia de Hemat, ocupada por las tropas españolas, los niños afganos ofrecen flores a los soldados y dibujan las palomas de la paz. Hermosos gestos que no conmueven a los plutócratas del cártel de la globalización.

Después de doce años de guerra, es obvio que fracasaron Estados Unidos, los cascos azules de la ONU y la OTAN. Todo indica que, ahora, será China quien apueste sus fichas en la mesa de lo que Kipling llamó El Gran Juego. Los 26 y medio millones de afganos, con una expectativa de vida de 49 años y una tasa de analfabetismo del 74 por ciento, viven en guerra y miseria (constituyen el pueblo peor alimentado del mundo, OMS y OCDE dixit) sobre 648 mil kilómetros cuadrados de riqueza.

Si París bien vale una misa, Afganistán bien vale el pregón del muecín. Sólo en la cuenca de Amo Darga se han localizado reservas de petróleo que oscilan entre 500 millones y dos mil millones de barriles. Los cálculos no pueden ser precisos: los geólogos han caído por docenas. País que apenas conquistó su independencia en 1919, Afganistán posee además, gas natural, oro, uranio, zinc, mineral de hierro, esmeraldas, cromo y otras riquezas.

Cuidándose mucho de toda ostentación, la China MetallurgicalGroup Corporation ya está explotando estos recursos, en la medida que las hostilidades lo permiten. Afganistán comparte fronteras con China, Paquistán, Irán, Turkmenistán, Uzbekistán y Taykistán: como si no hubiera otros incentivos, la geopolítica convoca a la gran asamblea de los estrategos de la globalización.

Washington subestimó a este pueblo de guerreros: Vietnam tuvo 200 años de paz en cuatro mil años de historia; Afganistán ni eso puede presumir. La Unión Americana y sus aliados europeos se comienzan a retirar: los soldados profesionales también tienen padres y familia propia y en las naciones industriales se exige al gobierno responsabilidad por las bajas. China no tendrá ese problema. Afganistán está a cien pasos de nosotros.

En una de sus lejanas provincias, hombres con fusiles hablan el recio y bello idioma castellano, desconocido hasta ahora por los afganos. Los españoles se irán, pero China sabrá hacerse de aliados entre los corruptos gobiernos iberoamericanos. La lengua castellana se volverá a escuchar en las llanuras y montañas de Afganistán.

Eso de que hay que combatir al terrorismo hasta erradicarlo es un pretexto tan válido como el que esgrimieron en el siglo XIX las potencias de Europa: cristianizar a los asiáticos y africanos. El terrorista que debemos abatir es el pobre infeliz quien en el nombre de Alá se vuela en mil pedazos. El terrorismo de Estado no es condenable: es un recurso para llevar a Afganistán la paz y la democracia (oh, ciencias de la felicidad) en la punta de la bayoneta.

En el diario Kabul News, Hakeem Naim escribe: “Si los poderosos justifican su propio terrorismo y sus atrocidades en el nombre de la cultura, la religión, la libertad, la seguridad y todo eso, la oscura llama del terror alcanzará a todo el planeta y la humanidad vivirá en el siglo XXI una nueva era de tinieblas”.

 

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