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1443 6 Noviembre 2013

 

ENTRELIBROS
¿De qué viven los poetas?
Eligio Coronado

Monterrey.- “Lo eterno está siempre ocurriendo/ ante tus ojos/ Vivo y opaco como una piedra/ y tú debes pulir esa piedra/ hasta hacerla un espejo en que poderte mirar” (p. 263), dice Rómulo Bustos Aguirre en Poetas colombianos (Monterrey, N.L.: Edit. La Otra / UANL, 2012. 264 pp., Colección 20 del XX) antología preparada por Samuel Vázquez (Medellín, Col., 1949) y Santiago Mutis Durán (Bogotá, Col., 1951).

Lo mismo podríamos decir de la poesía, aunque Jaime Jaramillo Escobar se pregunte, no sin cierta angustia: “El fabricante de rosquillas puede al menos comérselas, pero el que sólo / sabe hacer poemas, ¿qué comerá?” (p. 148).

Éste es el eterno problema de los poetas, no sólo de Colombia, sino de cualquier lugar. Naturalmente, no basta luchar con la palabra y salir victorioso algunas veces, hay que transformar esa victoria en algo beneficiosamente terrenal, para no estar siempre con un pie en lo idílico y otro en lo agónico.

Es cierto que la escritura poética suele recompensarnos con experiencias catárticas o epifánicas difíciles de obtener por otros medios: “la vida, no tiene / pie de página que la explique / ni corazón que la corrija” (Luis Aguilera, p. 212), “Mi alma es una casa vacía donde habitan / fantasmas de otros días” (Piedad Bonnett, p. 248), “El recuerdo no es un mueble viejo / que se mira a veces al pasar, / (…) y se le limpia el polvo alguna tarde” María Mercedes Carranza, p. 222).

Pero también hay que pensar en subsistir. ¿A qué Divina Providencia nos encomendamos los poetas? ¿A qué asidero existencial que no sea la poesía? ¿A qué destino, aparte de la palabra escrita? No nos queda ni el consuelo de la fama: “No es necesario (…) / que todos los poetas / que lo merezcan / pasen a la historia. / Lo importante / es que la historia / pase a través de ellos” (Gustavo Ibarra Merlano, p. 50).

Así que el que quiera escribir poesía deberá depender de alguna actividad que cotice en el mercado laboral: “Déjame, ¡oh, burócrata!, llorar por tus quincenas / atrasadas” (Héctor Rojas Herazo, p. 72), “Yo fabrico espejos: / Al horror agrego más horror, / Más belleza a la belleza” (Juan Manuel Roca, p. 228), “Hay tanta soledad a bordo de un hombre / cuando palpa sus bolsillos / o cuenta los pollos asados en los escaparates” (Mario Rivero, p. 154).

Pero el verdadero poeta se aferra a su vocación como a una brasa ardiendo y el resultado puede ser una delicada pieza de orfebrería difícil de igualar: “desyerbaron el cielo. / Qué contentas estarán / las estrellas” (Luis Vidales, p. 18), “detrás de los muros hay rostros / a esta hora en que (…) / (…) los objetos se alargan para entrar en la noche” (José Manuel Arango, p. 171), “Sé que estoy vivo en este bello día / Acostado contigo. Es el verano. / Acaloradas frutas en tu mano / Vierten su espeso olor al mediodía” (Jorge Gaitán Durán, p. 110).

 

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