Suscribete
 
1451 18 Noviembre 2013

 

Celebrando, ¿qué?
Hugo L. del Río

Monterrey.- Francisco Ignacio Madero mandó publicar el día y la hora en que habría de estallar la revolución. Naturalmente, Porfirio Díaz no le hizo caso. Lo asombroso es que el candor del coahuilense funcionó. Medio año después, el dictador se “Ipiringüeó” y entramos en una guerra civil que apenas terminó en 1929.

¿Lo del veinte de noviembre de 1910 es, efectivamente, una revolución o fue una contienda interna entre caudillos que sólo buscaban el poder? Madero logró derribar a Díaz: triunfó como líder de beligerancia, pero fracasó como el apóstol de la paz, como lo llamaba su corte de lamesuelas. Su debilidad nos salió muy cara: para él, la cura mágica de los problemas de México se limitaba a elecciones limpias, libertad de Prensa y poco más que eso. ¿Esperábamos que el hijo de una de las familias más ricas de México repartiera sus latifundios a los campesinos, disolviera al ejército federal para apoyarse en las milicias revolucionarias, pusiera límites a los abusos del gran capital?

Lo sucede otro hombre de Coahuila, Venustiano Carranza. Su sueño: un porfirismo sin Porfirio: en Querétaro los diputados se rebelaron y nos dieron una Constitución progresista que, por desgracia, ni se cumplió ni se podía cumplir. Luego viene Obregón, quien con la mayor frescura del mundo enmienda la Carta Constitucional para reelegirse: tiró a la basura los postulados elementales de Sufragio Efectivo, No Reelección.

Le sigue otro sonorense: Calles, quien provoca la Guerra Cristera. En todos estos años, en mi opinión, los dirigentes más honestos e importantes son Ricardo Flores Magón, Pancho Villa y Emiliano Zapata. A don Ricardo le ofrecieron crear, para él, la Vicepresidencia de la República. Prefirió la cárcel, donde los gringos lo asesinaron. Villa y Zapata ya eran dueños de la ciudad de México: hasta se sentaron en el sillón presidencial. Pero eran hombres tal verticales que, conociendo sus limitaciones, prefirieron renunciar al poder. Ni el norteño ni el morelense eran ángeles. Pero la cauda de ambiciosos que los siguieron, desde Carranza hasta los títeres de Calles, eran mil veces peores.

Es con don Lázaro Cárdenas cuando el movimiento alcanza su cuota más alta. Pero un revolucionario no abandona el poder ni resiste (no tiene porqué) a la tentación de llevar la doctrina de la justicia social más allá de las fronteras. Las revoluciones son un fenómeno mesiánico. Trotsky y el Ché Guevara tenían razón. El veinte de noviembre ya había degenerado en un desfile deportivo: ¿burla de la oligarquía o sentido de humor negro de la cúpula política?

Vale la pena estudiar a Flores Magón, al general Antonio I. Villarreal, a su hermana Andrea y al puñado de hombres que tenían una idea clara de lo que era necesario hacer. Pero, por mí, que entierren en el olvido el desfile del día veinte.

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com