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1515 14 Febrero 2014

 

Goyo documentaba el dolor
Hugo L. del Río

Monterrey.- Veinte mil pesos vale la vida de un periodista en Veracruz. En la entidad gobernada por Javier Duarte matan a un colega cada noventa días: en 38 meses han asesinado a diez profesionales de la información y otros cuatro están desaparecidos. Gregorio “Goyo” Jiménez, abatido en Coatzacoalcos, es el último en ingresar a la lista de duelo y honor.

El atentado provocó un escándalo en todo el mundo. Inmutable, el procurador Amadeo Flores quiere imponer la hipótesis de que Goyo fue sacrificado “por razones personales y familiares”: su vecina y consuegra, María Teresa de Jesús Sánchez Hernández, pagó 20  mil pesos a cinco sicarios para que victimaran al reportero.

Pero ocurren varias cosas: Goyo denunció en los diarios Notisur y Liberal del Sur que Sánchez Hernández estaba implicada en el tráfico de personas y había hecho desaparecer a varios indocumentados centroamericanos. Y los despojos del hombre de Prensa fueron encontrados en una fosa que compartía con un taxista y otra persona no identificada. Los tres, pues, habrán sido sacrificados por “razones personales y familiares”. Goyo fue, como cabeceó El País, “el humilde periodista mexicano que documentaba el horror”.

Era un profesional honesto. En esta profesión es fácil hacerse millonario. Lejos de ello, el veracruzano a duras penas sostenía a sus siete hijos y ahorró durante un lapso largo para comprar puertas y ventanas de su casa. El nuestro es el más hermoso de los oficios. Quizá, también, el más amargo y triste. La tragedia que nos ocupa despertó indignación en Europa y América; provocó una protesta de la Oficina en México del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos y manifestaciones en varias ciudades de Veracruz, Puebla y otros estados, así como el DF pero, como siempre, fuimos candil de la calle y oscuridad de la casa.

Proceso es el único medio nacional que ha denunciado el crimen. Salvo el diario Notiver, de Xalapa, y dos o tres diarios más, el grueso de la Prensa veracruzana confirmó su corrupción con el silencio. Pero la sociedad, de una punta a otra de Veracruz, “perdió el miedo”, como escribe Marcela Turati, y salió a la calle a expresar su reprobación: piden a gritos que la Procuraduría General de Justicia atraiga el caso.

De Duarte, lo saben muy bien, no se puede esperar nada bueno. El gobernador no está del todo desamparado. La Asociación Mexicana de Editores de Periódicos le entregó un reconocimiento por sus desvelos en “la protección de los periodistas”. Patético gremio el nuestro: legiones de pequeños Judas huérfanos de solidaridad, indiferentes al asesinato de los hermanos de oficio.

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No es ninguna coincidencia el hecho de que San Nicolás, donde se ensució una estatua de don Benito Juárez, tenga alcalde panista.

hugoldelrioiii@hotmail.com

 

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