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1526 3 Marzo 2014

 

Carnaval, mitote y buen gobierno
Ernesto Hernández Norzagaray

Mazatlán.- El escándalo que recientemente suscitó la elección de la reina del Carnaval, la reina de los Juego Florales y las princesas de la fiesta del dios momo, y que llevó a la estridencia y renuncia de dos de las aspirantes al cortejo real, no se debería justificar con el expediente fácil en que han incurrido algunos ciudadanos, periodistas y funcionarios públicos.

Según estas versiones respetables, no se puede hablar de un buen Carnaval, sin una cierta dosis de “mitote”, pues es casi la quintaesencia de la fiesta. Y si no, a su decir resulta insípido, irrelevante, sin la sal de la vida.

El Carnaval, ciertamente, es fiesta y toda fiesta tiene su toque de locura y desmadre; sin embargo, también es gobierno, apego a una tradición, pero también a un sistema de normas institucionales. Señalo esto porque pareciera que en lugar de explorar hasta dónde se violentó la reglamentación, o hasta dónde imperan usos y costumbres que no corresponden a un juego institucional, se privilegia esa simplificación que ni siquiera deja contentos a los organizadores y a quienes resultaron ganadoras del certamen.

Interrogantes
Y es que mire: ¿cómo se van a sentir contentas las nuevas reinas y princesas, cuando el resultado está lejos de la legitimidad esperada? La legitimidad, recordemos, es una cuestión de percepción social y al menos el día del cómputo se manifestaron inconformes franjas importantes del público asistente con el desempeño del Instituto de Cultura –¿a quién más achacar el desacierto?–; y todavía hay ecos de esa noche que estremeció el TAP.

Para estas muchachas galardonadas, creo, es importante cómo entran por la puerta grande en la historia del Carnaval de Mazatlán, cuando en esta ocasión, están registrados señalamientos con o sin fundamento de fraude y la subsecuente renuncia de dos de sus compañeras.

Y no se trata solamente, como lo afirma el titular del Instituto de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán, que las renunciantes “se lo pierden porque no van a participar de la fiesta”. Habría que agregar sólo que también los ciudadanos perdemos algo porque habrá un Carnaval incompleto aun cuando los vacíos se cubran con princesas contratadas.

Lo sucedido en una sociedad menos sujeta a la idea del “mitote” obligaría al menos a dar la disculpa pública que pidieron algunos miembros del jurado y a las jóvenes que concursaron de buena fe, a las que ahora sotto voce se les califica de inmaduras sin considerar sus argumentos. Pero la disculpa ya no sucedió, la apuesta ahora es como alguien lo dijo, que el ruido mediático haga su trabajo y el show continúe en medio de las fanfarrias.

Corregir
Ciertamente en un evento de masas, como lo es el Carnaval de Mazatlán, son comprensibles las emociones públicas, y eso explica el “mitote” que circuló en forma de rumor, chisme, descalificación, denuestos y hasta intimidación  contra una o varias de las aspirantes.

Sin embargo, esto que es casi natural en la cultura popular y alcanza por igual a ricos que a clasemedieros o pobres, no deben servir para una explicación institucional, sino para salir de esas coordenadas que sólo reflejan la altura de nuestras instituciones públicas.

Evidentemente, el problema que se generó con las sumas, radica en que el cómputo de los votos no es lo suficiente previsor, porque si bien los miembros del jurado levantan la papeleta con cada calificación a la hora de la hora, hay margen para que ellos mismos lo puedan cambiar y eso es potencialmente una bomba de tiempo, porque aunque no fue el caso, el público que sigue las calificaciones de cada uno de los miembros de jurado, no le cuadran las sumas especialmente de las que arrancan más simpatías. Incluso, como sucedió, los conductores cometieron error en la presentación de los resultados, lo que llevo al notario público a una situación incómoda.

Y ahí es donde estalla la gente en contra de la organización del certamen, donde aparecen los gritos de fraude, pues sienten desde la emotividad que los dados estaban cargados para alguna de las chicas. Acaso, sugiero, ¿no sería mejor que el cómputo fuera a través de un tablero electrónico, de manera que emitida la calificación fuera automática y prescindiera de la posibilidad del error humano? Haría más trasparente el certamen y en todo caso, los problemas, si los hay, serían de otra índole.

También, si se sabe que en Carnaval abundan las suspicacias sobre los vínculos familiares o amistosos de los miembros del jurado, por qué se sigue integrando personas, honorables sin duda, pero que tienen el “gran” defecto de ser de los círculos sociales del puerto.

¿Acaso no sería mejor que fuera gente ajena a estos círculos y se privilegiara un jurado totalmente externo y calificado, o al menos personas del mundo de la cultura y las artes de Mazatlán, incluido uno o dos residentes extranjeros?; que reuniera, además de unos requisitos mínimos en cada segmento del concurso, la solvencia necesaria, de manera que su calificación fuera menos subjetiva y de esa manera avanzar en la profesionalización para garantizar una mejor elección.

Buen gobierno
Esta sería una práctica de buen gobierno; lo hacen cada día más instituciones públicas, con el fin de alcanzar certificaciones de calidad en sus acciones. ¿Habrá quién certifique la calidad de los carnavales en el mundo? No lo sé. Pero, sí es evidente que hay unos carnavales mejores que otros.

Y es que no es poca cosa, el Carnaval de Mazatlán cada año consume recursos públicos cuantiosos de los tres niveles de gobierno. Involucra además a cientos de personas que tienen como objetivo dar realce a la fiesta, y por ello, es la carta más valiosa de promoción turística que tiene el puerto.

Busca, no está de más recordarlo, atraer a decenas de miles de turistas que encontrarían mucho mejor una ciudad respetuosa de tradiciones y también con buenas prácticas de gobierno. Esto obliga a que los resultados del certamen salgan impecables y no los manche el “mitote”, como el que hemos vivido, que en esta ocasión producto de la acción de las redes sociales, han puesto a Mazatlán en el mundo como un carnaval pueblerino, como el de Ojite de Matamoros, en Veracruz.

Entonces, no es recomendable recurrir al expediente fácil que valía en otro tiempo y servía para reírnos de nosotros mismos y nuestras flaquezas, haciendo de la fiesta de la carne un momento tragicómico doméstico, que no pasaba de las planas completas de la prensa local, y esporádicamente, en los medios electrónicos nacionales e internacionales.

Y por eso, lo sucedido debió ameritar una estrategia de control de daños de lo que representa en términos de la imagen del puerto, sobre todo de sus autoridades, que desafortunadamente tienden a minimizar lo sucedido e irse por lo chusco de que sin mitote, no hay Carnaval.

Quizá lo hacen por comodidad y para no comprometerse a cambiar estas prácticas, que ahora son un estorbo en el diseño de un carnaval moderno. En definitiva, sería recomendable para los siguientes carnavales se revisara la reglamentación como también los usos y costumbres, de manera que el nuestro escale más allá del escándalo, como sucede en Nueva Orleans o Río de Janeiro, y se proyecte con toda su fuerza, como un punto de encuentro, donde la legitimidad, el buen gobierno, la cultura, las artes y la fiesta se combinen con una fuerza tal, que el puerto afirme el papel del mejor carnaval de México, más allá del “mitote”.

 

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