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1533 12 Marzo 2014

 

80 años de Gabriel Zaid
Eligio Coronado

Monterrey.- Todo lo que se diga sobre Gabriel Zaid ya lo sabe la humanidad. Él es uno de los escritores mexicanos más leídos, comentados, glosados, referidos, replicados, reproducidos, traducidos (inglés, francés, italiano, alemán, portugués, serbio, holandés, bosnio, estonio) e influyentes de los últimos cincuenta años.

Ya en 1954 se hablaba de él porque obtuvo un Accésit en los Juegos Florales de Tehuacán. Luego en 1958 se siguió hablando de él porque dedicó su Fábula de Narciso y Ariadna (Monterrey, Edit. Kátharsis) al Pequeño Larousse Ilustrado.

Siguió dando de qué hablar cuando a sus veintinueve años publicó un ensayo sobre la relación entre la poesía y la ciudad: La poesía, fundamento de la ciudad, (Monterrey, Edit. Sierra Madre, 1963).

Octavio Paz se sumó a esas voces cuando prologó el primer poemario de Zaid: Seguimiento (FCE, 1964): “No sabe cómo le agradezco que me haya enviado sus poemas. Me han sorprendido. Me asusta un poco, a veces, su maestría; pero mi temor se disipa cuando veo que en cada estrofa hay hallazgos de verdadero poeta, encuentros y evidencias de  un espíritu excepcional. Me da mucha alegría que un joven mexicano tenga tanto talento” (p. 7).

Sus siguientes libros le valieron el reconocimiento masivo (Premio “Xavier Villaurrutia” en 1972, Premio “Magda Donato” en 1986 y Medalla Estado de Nuevo León en el área de Literatura, en 1990. Además, miembro de El Colegio Nacional desde 1984 y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua de 1986 a 2002). 

Toda su obra está permeada por la inteligencia, el humor y la ironía, y liderada por una inagotable curiosidad en la cual caben todos los temas relacionados con los ámbitos de la cultura: antologías, antolometrías, archivo de Babel, bestsellers, bibliotecas, bilingüísmo poético, censura, citas literarias, ciudad y poetas, concursos, costos, crédito literario, crítica (la minifalda crítica, la crítica intercambiable), críticos, culto a la propia personalidad, demografía literaria, difusión, ediciones, editores, efectividad poética, encuestas, escritores que más venden, estadísticas, fama, homenajes, imprenta, industria editorial, inflación curricular, intercambio de menciones en textos (exigidas, regateadas, comerciadas: “me citas y te cito”), juicios literarios, jurados, lectura (y los organizados para no hacerlo), legislación sobre el libro, libros, librerías, libreros, literatura de autor, lo poético embotellable, máquina de cantar, microtextos, notas de pie de página (y notas para esas notas), obras tontamente completas, oferta y demanda de la poesía, poder y libros, poemas (propios y ajenos), poesía (moderna, tradicional, comprometida o de protesta, etcétera), poetas ( anónimos, consagrados, ejemplares, nuevos), política, posición astral de los poetas, precios, premios, presupuestos, producción de elogios, progreso, ratings literarios, sonetos (producción, hallados en prosas barrocas), venta de libros, etcétera.

A la fecha ha publicado más de treinta libros, muchos de ellos reeditados (el más reciente: Dinero para la cultura, 2013), entre los que sobresalen casi todos, pues pareciera que se vuelven clásicos desde el momento que se imprimen: La máquina de cantar (1967), Campo nudista (1969), Ómnibus de poesía mexicana (1971), Los demasiados libros (1972), Leer poesía (1972), Práctica mortal (1973), Cómo leer en bicicleta (1975), Cuestionario (1976), Canciones de Vidyapati(1978),El progreso improductivo (1979), Asamblea de poetas jóvenes de México (1980), La poesía en la práctica (1985), De los libros al poder (1988), Sonetos y canciones (1992), Reloj de sol (1995), Tres poetas católicos (1997), El secreto de la fama (2009), El costo de leer y otros ensayos (2011), entre otros.

Cabe aclarar que desde 1995 el Colegio Nacional ha estado publicando sus obras completas: vol. 1: Reloj de sol (1995), vol. 2: Ensayos sobre poesía (1999), vol. 3: Crítica del mundo cultural (1999) y vol. 4: El progreso improductivo (2004).

Además, es editor de El otoño recorre las islas (1973, de José Carlos Becerra), Cosillas para el nacimiento (1978, de Carlos Pellicer), Antología poética (1980, de Manuel Ponce) e Imprenta y vida pública (1985, de Daniel Cosío Villegas). 

Su obra representa siempre un viraje para nuestros sentidos. Recordemos que, como poeta, fue el primero en consultar a sus lectores sobre cuáles poemas suyos deberían integrar su antología definitiva. También les proponía que ordenaran sus poemas al gusto, los modificaran y hasta que escribieran los poemas que según ellos deberían integrarse al conjunto de poemas zaidianos. Esto ocurrió en 1976 al reunir todos sus poemas publicados e inéditos (desde 1952 hasta esa fecha), algunos de ellos con sus correcciones posteriores, en el libro Cuestionario.

En él explicaba su intención, además de incluir una tarjeta con la paginación de todos los poemas para que el lector palomeara los elegidos, tachara los rechazados e ignorara los que le fueran indiferentes. Además, a la vuelta de dicha tarjeta venía la dirección de Zaid, un espacio para el timbre postal y otro para el remitente. De esa forma, nuestro autor facilitaba el envío de dicha encuesta. El resultado fue la antología Reloj de sol (1995) donde menciona a los que contestaron la encuesta y decidieron la selección, así como una lista de los poemas suprimidos.

Como ensayista acaso su más sorprendente aportación haya sido la de calcular el número exacto de todos los sonetos (buenos y no repetidos) que faltan por escribir en español. Esto ocurrió en su libro La máquina de cantar (1967): “el total de “sonetos” sumará 1,000154 o lo que es lo mismo: 10462. Esto se escribe brevemente, pero se trata de una cantidad  prácticamente incontable. Tal número de sonetos no cabría en todos los libros de la Tierra, ni en toda la Tierra, ni en todo el sistema planetario, ni en toda la Vía Láctea” (Obras de Gabriel Zaid, v. 2, p. 71).  

El único problema sería, señala Zaid, es que si la máquina de cantar escribe todos los sonetos posibles, cuando alguien quiera escribir un soneto (bueno y no repetido): “¿qué hará cuando descubra que ya estaba escrito? ¿Cómo podrá decir que es suyo?” (Obras de Gabriel Zaid, v. 2, p. 65).  

Queda por aclarar el origen de su humor: ¿es intencional o accidental? Siempre he pensado que es producto del lenguaje, o sea, accidental: “¿Has visto el cuerpo? / Anoche lo traía” (Reloj de sol, p. 75), “Un brazo nada más no es cosa mala / si ves que el otro se convierte en ala” (ídem. p. 74), “No te levantes, temo / que el mundo siga ahí” (ídem, p. 53), “Búhos: cada uno su lámpara” (ídem, p. 80), “Cría cuervos / y te verás en un espejo” (Cuestionario, p. 155).

Como se ve, no hay la intención de hacer reír o sonreír al lector, es más bien un guiño intelectual dejado al paso, como no queriendo, y aprovechando las características del objeto referido, como los búhos, cuyas escleróticas amarillas parecen alumbrar al otro o reflejarlo, considerando la potente visión nocturna de estas aves rapaces. Tomando en cuenta esta capacidad, Zaid los metaforiza en objetos caseros: unas lámparas.

Recientemente, el historiador Enrique Krauze lo definió así: “Este hombre (Zaid) no solamente es regio, su identidad es mexicana, mexicanísima, regiomontana, católica, liberal, liberal y católica, demócrata, un tanto anarquista, un poeta heredero del Siglo de Oro, del mundo clásico, de los griegos” (Periódico Excélsior, 26/01/2014).

Pero todo esto que se ha dicho en estos ochenta años y lo que se siga diciendo sobre Gabriel Zaid (Monterrey, N.L., 24 de enero de 1934) y su universo no es nada nuevo: ya lo sabe la humanidad.

 

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