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1536 17 Marzo 2014

 

Tren sin freno
Claudio Tapia

San Pedro Garza García.- La metáfora fue utilizada en el siglo pasado para ilustrar el fin del capitalismo y el advenimiento del comunismo. Pues bien, el tren sigue rodando vertiginosamente, sin freno, pero no hacia donde creyeron los marxistas, sino al agotamiento de los recursos ambientales con su secuela de destrucción y muerte.

Se encamina a la aniquilación de la vida humana en el planeta, producida por una quiebra ecológica irreversible. El motor del enloquecido tren no aceleró las fuerzas de la historia sino las de la destrucción.

Tomemos como ejemplo la amenaza de ecocidio más reciente. El periódico El Horizonte del pasado 13 de marzo, informa que el uso del agua potable del proyecto Monterrey VI, podría ser utilizado para la extracción del gas shale mediante la tecnología del fracking, según se desprende de un documento de la Secretaría de Desarrollo Económico.

Con una inversión de mil millones de dólares, se construirán 520 kilómetros de acueducto para traer el agua del río Pánuco, para que las empresas privadas puedan tener el agua necesaria para extraer el citado hidrocarburo. Se perforarán 10 mil pozos más, que se sumarán a los 7 mil existentes, que ya están ocasionando, a más de la contaminación de los mantos acuíferos, la creciente actividad sísmica en el estado, según estudios de la UANL.

Los alcances de la amenaza –que por el momento alarma más porque el agua servirá tanto para el saqueo del recurso natural como por el enorme daño ambiental que la actividad genera– sólo pueden explicarse si se entiende el inmoral sistema económico en el que la decisión se inscribe.

El capitalismo es el sistema económico en el que cada día se consume y produce más para producir más, y se acumula más capital para acumular más. Según dice Fernández Liria, se parece a los ratones que en una jaula en forma de rueda corren de prisa a fin de correr más de prisa. Todo el mundo produce más para no salirse del mercado y no quebrar, es decir, para poder seguir produciendo más y más indefinidamente.

El autor citado menciona que en los ochentas, las vacas gallegas se alimentaron con mantequilla que sobraba y que los productores no podían regalar porque los consumidores dejarían de comprarla. Así, las vacas engordaron rápidamente y produjeron más leche con la que se fabricó más y más mantequilla. Algunos recordamos cuando los cafeticultores de Brasil tiraron miles de toneladas al mar porque no podían venderlo, pero no lo dejaron de producir.

El sistema capitalista llega al absurdo de que sus crisis se producen no porque falten productos sino porque sobran. En nuestro ejemplo, tenemos que apurarnos a sacar más cantidad y más rápido el gas porque nuestros competidores en el mercado sacan cada día más. Para no quebrar, tenemos que imponernos a los demás extractores de gas sacando más, sin importar el daño ambiental. Ese es el criminal y suicida ritmo productivo que impone el capital. 

La serpiente se muerde la cola: sacaran más gas contaminando más, para vender más gas que se queme más; el medioambiente se dañe más, las personas se enfermen más, mueran más, tiemble la tierra más; y se destine más a la reconstrucción y reparación de los daños ocasionados de más por la extracción que crecerá más y más. Hasta que se agote, el gas o la vida.

El vértigo que produce la velocidad del tren impide el ejercicio de la memoria crítica de los que van a bordo. Es ingenuo suponer que basta con que los maquinistas cobren conciencia del peligro para lograr que el tren se detenga. De nada sirve alertarlos porque no son los maquinistas los que conducen la maquina.

Los que creen conducir el tren son mero instrumento de un complejo y poderoso sistema económico global. Y aunque intentaran detenerlo, es el tren el que no tiene frenos. Fue diseñado para correr sin límites, sin parar, para siempre.

Conforme al sentido original de la metáfora, el cambio de sistema económico sobrevendría como consecuencia del inevitable descarrilamiento del tren. Sólo que, si acaso ocurre, el cambio llegará demasiado tarde. Los que recurrieron a la ejemplar metáfora pensaron que el tren sin freno produciría otro tipo de daños, básicamente económicos. Jamás imaginaron que la desenfrenada máquina generaría los crecientes e irreversibles daños ambientales que están acabando con los recursos naturales indispensables para la continuidad de la vida en el planeta.  

Hay quienes piensan que nos queda una oportunidad: activar el freno de emergencia para que el tren se detenga. Guardan la esperanza de que el instinto de conservación, estimulado por la toma de conciencia sobre la degradación ambiental, ponga a la economía al servicio de la vida y de la humanidad, y el peligro desaparezca junto con el sistema capitalista que lo genera.

De cualquier forma la destrucción nos espera al final. Ni el ansiado cambio llega ni la toma de conciencia se da. El tren sigue su vertiginosa carrera sin que atinemos a meter el freno de emergencia o encontremos la manera de saltar.

 

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