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1551 7 Abril 2014

 

¡No votar!
Claudio Tapia

San Pedro Garza García.- Nos hemos convertido en un país de cínicos. Tanto en el poder ejecutivo como en el legislativo, en los tres niveles de gobierno, nuestros representantes –del partido que sea– actúan en la opacidad, sin rendir cuentas y sin consecuencia alguna. Saquean el erario público y se reparten el botín sin que nada pase. La impunidad es total.

Impensable confiar en que se les aplicará la ley y se sancionará su conducta delictiva, menos esperar que devuelvan el botín. Todos sabemos que no van a renunciar, que tampoco se les retirará el nombramiento ni se les  inhabilitará para volver a ocupar un cargo público. Las leyes fueron elaboradas por ellos mismos, a modo, para garantizarse la impunidad.

No es necesario detenerse a señalar detalladamente sus chanchullos. Lo mismo da Oceanografía que la ruta dorada del metro, las luminarias de San Nicolás, los moches entre diputados y alcaldes o el cochinero del que hoy nos enteremos; en todos los casos, el modus operandi es el mismo.

Los delitos perpetuados por el crimen público organizado son cotidianos, y aunque nos dicen que se investigará lo que de suyo es evidente, y que se aplicará la ley “caiga quien caiga”, al final, estamos seguros, espera la impunidad y hasta el olvido.  

De nada sirve denunciar públicamente sus tropelías. Es inútil demandar que se haga justicia, pedir que se repare el daño y que se les sancione debidamente. Nadie responde de nada. Se encubren o se canjean impunidades. Salvo en los asuntos en los que tras el robo, peculado o desvío de fondos públicos, se encierra alguna vendetta de la clase política, en todos los demás, la impunidad es reiterada realidad.

¿Qué nos queda? Empezar por admitir que por la vía legal no hay nada que podamos hacer. Protestar, vociferar y exigir inútilmente que cese la impunidad ni de consuelo sirve. Nosotros, los saqueados, no hacemos las leyes ni las podemos aplicar. Los huecos deliberados que tienen sus leyes no los podemos llenar. Imposible la vía legal donde no hay Estado de Derecho.

Pero nos queda la vía electoral. Tenemos el poder de nuestro voto, el valioso instrumento que podemos utilizar para adecentar la vida pública. Podemos darle al valor político del voto, contenido moral.

Si el delincuente de la administración pública quiere ocupar un cargo de elección popular, no lo debemos votar. Si su partido no se deslindó ni lo expulsó, y en cambio lo protegió, pues tampoco por el partido debemos votar.

Y si cualquiera de los partidos postula a quien todavía no ha tenido la oportunidad de robar, pues tampoco lo debemos votar; tan sólo porque el desprestigio de la divisa que lo patrocina pone en duda su honestidad.

Finalmente, no quedan políticos ni partidos por quién votar. Ninguno de ellos lo merece. Y si no hay por quién votar, ¿por qué carambas debemos votar?
Podemos negarnos a seguir participando en los rituales organizados para que los impostores de la representación sigan robando impunemente. Podemos dejar de contribuir a la construcción de la mentira. También podemos ponernos en huelga de votos sin desatender el llamado electoral. Podemos negarnos a legitimar la desvergüenza sin necesidad de abstenernos.

Ahí en las urnas, en el lugar donde el trabajo cívico-político se explota, donde los impostores se adueñan del valor de nuestros votos, ahí podemos ponernos en huelga, negarles el voto, para que la precaria legitimidad que dan los votos de cómplices y cuates, los obligue a negociar la auténtica representación que termine con la impunidad.

Ahí viene ya la ofensiva publicitaria mediática: Votar es participar. Demuestra tu madurez cívica votando. Tu voto sirve para premiar o castigar. Escoge el menos peor y vota. Te formas, votas y te vas. Si no votas, no te quejes. Democracia es votar. Por quien sea, pero vota. ¡Manos arriba y entrega tu voto!

Mienten. Nada de eso es verdad. En nuestro sistema electoral el voto no premia ni castiga. Tampoco sirve para llamar a cuentas y exigir. Eso no ocurre ni ocurrirá. No existen las instancias que lo hagan posible.

¡Pero claro que vamos a votar! Vamos a votar la decisión de botarlos a todos. Vamos a formarnos, a simular que seguimos siendo parte de la manada amaestrada, y en la privacidad de las urnas usar la boleta electoral para expresar nuestra opinión política: nuestro hartazgo de la clase política y de su manera de hacerla; el cansancio de la representación simulada. Vamos a darle al evento político electoral, contenido moral.

La huelga de la ciudadanía que podemos organizar, tiene su bandera política y su razón moral: sin representación, no hay voto. Sin transparencia y rendición de cuentas, no hay voto. Si hay impunidad, no hay voto. Si los partidos políticos siguen igual, no hay voto. Si el cinismo releva de responsabilidad, no hay voto. Si a eso le llaman democracia, no hay voto. Si creen que para eso sirve la Política, no hay voto.

Sin vergüenza, no hay voto.

 

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