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1576 12 Mayo 2014

 

Repetir la historia
Claudio Tapia Salinas

San Pedro Garza García.- Peña Nieto y sus muchachos se han propuesto mover a México sin necesidad de precisar hacia dónde. Están confundidos, no es que no nos movamos, lo que sucede es que como estamos extraviados caminamos en círculo, sin ir a ningún lado; por eso inevitablemente volvemos al mismo lugar.

Eso es lo que nos está pasando con el petróleo. Regresamos al lugar del que partimos. Veamos si no.

Durante el gobierno de Porfirio Díaz se consideró esencial para el desarrollo del país permitir la participación del capital extranjero. Así que se invitó  a poderosas empresas trasnacionales a participar en la explotación de nuestra riqueza petrolera.

Durante la lucha armada revolucionaria la industria se aisló del proceso económico nacional, el gobierno perdió el control,  y las empresas se habituaron a regirse a sí mismas. La Estándar Oil (norteamericana) y la Royal Dutch (holandesa e inglesa), eran las dominantes en un amplio grupo de empresas extranjeras. El negocio petrolero estaba 60 por ciento en manos inglesas y 39.2 por ciento en manos norteamericanas.      

En1935 surgió el Sindicato Único de Trabajadores Petroleros, que en 1938 logró emplazar a huelga a las empresas demandando aumento de salarios, reducción de la jornada laboral y mejoras en las condiciones de trabajo. Las empresas se negaron argumentando que su situación financiera era crítica. Se creó una comisión de peritos que concluyó que la explotación petrolera en México generaba rendimientos muy superiores a los de Inglaterra y los Estados Unidos. La Junta Federal de Conciliación y Arbitraje emitió un laudo a favor de los trabajadores. Los empresarios se negaron a acatarlo alegando que se regían por las leyes de sus respectivos países; y la Suprema Corte de Justicia les negó el Amparo declarando además la procedencia de lo solicitado. ¡Zas!

Para que se levantara la huelga y se reanudaran las labores, los extranjeros tenían que pagar a los trabajadores mexicanos 26 millones de pesos por concepto de salarios caídos (en realidad eran 40, pero el Tata los convenció para que le bajaran). En la histórica reunión, uno de los arrogantes empresarios preguntó: “¿Quién garantiza?” –Lázaro Cárdenas contesto: “yo, el Presidente de la República”. – El extranjero le reviró con sarcasmo “¿usted?”. – “Señores, hemos terminado”, concluyó el ilustre personaje que nacionalizó el petróleo de los mexicanos.

¿Hemos aprendido de nuestros fracasos privatizadores lo suficiente como para estar ciertos de que no volveremos a las mismas? ¿Con base a qué estamos suponiendo que no regresaremos al vasallaje de las poderosas empresas que hacen caso omiso del sistema legal que les brinda un complaciente gobierno asociado?  ¿Por qué ahora sí el Estado débil –cuyas instituciones hace tiempo abandonaron sus funciones y responsabilidades– podrá controlar a las poderosas y voraces empresas nacionales y extranjeras?

¿Con la actuales Secretarías de Energía, de Hacienda, de Comercio, de Medio Ambiente y Recursos Naturales, de la Función Pública; con las Procuradurías  de Protección al Ambiente y de Justicia, Comisión Federal de Competencia, contralorías y demás dependencias, con todas esas instituciones que a diario vemos eludir sus responsabilidades, apartarse de la ley y de los fines para los que fueron creadas, el Estado mexicano podrá impedir el abuso y el chantaje del monstruo petrolero?

Por eso me gusta la décima pregunta de Alfonso Cuarón. Porque busca esa respuesta. ¿Si conocemos la precariedad de nuestro sistema legal, si sufrimos la debilidad del Estado, si lo vemos de rodillas sometido a la voracidad de los dueños del capital, si el Estado no atina a recuperar el papel rector de la economía que le manda la constitución, cómo podemos confiar en que va a ser capaz de mantener bajo control al monstruo petrolero que está gestando en la opacidad?

Si no ha podido con el frankenstein casero; si las privatizaciones anteriores, todas, fracasaron, cómo es que esta vez le atinará.

Por eso pienso que antes de contestar cualquier otra pregunta, nuestros gobernantes debieran explicar por qué fallaron las aventuras privatizadoras anteriores y qué han hecho para garantizar que eso no volverá a ocurrir.

Estamos en el lugar del que partimos. Como en los tiempos de Don Porfirio, Don Enrique invita al capital a participar en actividades estratégicas de la nación.

En pleno siglo XXI estamos repitiendo la historia iniciada a finales del siglo XIX.   

 

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