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1599 12 Junio 2014

 

Democracia de mínimos
Alejandro Heredia

Monterrey.- Al igual que la crisis que la izquierda contemporánea sufre en carne viva (solamente basta con asomarse a la muy fragmentada izquierda mexicana para la constatación de que la brújula ha perdido el norte), la democracia occidental vive los desgastes de la entropía gestada por el gran choque entre el poder político y el poder del capitalismo, donde este último ha demostrado estar más articulado.

Esto se ha manifestado en todos lados donde la concepción de la democracia representativa ha configurado el sistema político. Sin embargo, los dilemas actuales de las sociedades han puesto a prueba el statu quo construido a partir de la representación política disfuncional, causando no pocas resistencias en los agentes del sistema, tanto poderes formales como fácticos, los cuales con tono flamígero apelan a que la vía democrática es solamente la que ellos encarnan.

Esto se puede observar en la actual crisis política en España, donde los dos principales partidos políticos se han declarado garantes del orden constitucional de 1978, el cual sostiene la monarquía parlamentaria, el régimen de las autonomías y todo un conjunto de libertades y derechos, que han permitido al país avanzar, pero que contemporáneamente adolecen de la efectividad necesaria, ante la complejidad de las distorsiones de los agentes políticos formales y fácticos.

Como bien señala Jesús Silva-Herzog Márquez (“Felipe, el último”; El Norte, 9 de junio de 2014) el modelo de Estado en España vive sus últimos momentos, dado que el bipartidismo dominante durante más de 30 años se ha reblandecido, y se ha mostrado incapaz de encarar los retos por venir. Y eso se puso de manifiesto en las elecciones para la elección de representantes al parlamento europeo, donde los partidos de izquierda (Podemos, Izquierda Unida, Izquierda Republicana de Cataluña) le ganaron terreno a los dos partidos que se han compartido el poder durante los años democráticos (Partido Popular, PSOE), y a partidos moderados como Unión, Progreso y Democracia (UPyD).

A lo anterior se ha añadido, la abdicación del actual Jefe de Estado español, el Rey Juan Carlos I de Borbón, quien le ha cedido su trono a su hijo Felipe. Esto ha dado pábulo para el clamor de una parte de la sociedad española sobre la pertinencia de votar en referéndum sobre la forma de Estado. La antinomia monarquía o república se presenta como fantasma de la guerra civil, lo cual ha incapacitado al poder político y mediático para responder de una forma coherente las muy justificadas dudas sobre el futuro de España.

Esto es un fenómeno que demuestra la profunda crisis instalada en un sistema democrático como el español que presume de estar ya consolidado. Es un indicador de que instalarse en la nube de la democracia acabada, solamente trae prejuicios sobre los críticos del sistema, como puede ser constatado con una simple lectura de la prensa del establishment político español.

Por eso, cuando el presidente Enrique Peña Nieto, ha visitado al Rey Juan Carlos I, y ha hecho la declaración de que el Pacto por México tuvo como inspiración la transición de los setenta en España; solamente nos puede dejar boquiabiertos, ante la desproporción de sus palabras y el déficit democrático de tal acuerdo político, fundado en un tripardismo vergonzante, el cual está próximo a deshacerse por los tiempos electorales. Si la democracia española está en sala de urgencias, la democracia mexicana está en cuidados intensivos, quién sabe qué sucedería si padeciéramos el mismo atorón económico vivido en la península ibérica.

 

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