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1642 12 Agosto 2014

 

Políticos de traje Armani
Eloy Garza González

San Pedro Garza García.- Vivimos una epidemia de políticos mirreyes. Se distinguen por su comportamiento desenfrenado en el gobierno, su convicción de merecerlo todo, su gusto metrosexual por aparecer como socialité en las portadas de Quién y Caras; y sus hábitos de “don Juan” para rodearse de “lobukis” (chavas guapas que suelen acompañarlos). La mayoría son cuarentones y andan en el “reven” de la grilla, para ganar poder y fortuna.

Pero los mirreyes políticos son algo más que un gobernador vestido con traje Armani, bronceado Ibiza style y léxico cool. Nacieron privilegiados en la generación de la imagen fashion y para definirlos uso la clasificación de los jugadores de videojuego que diseñó Marc Le Blanc:

1.- Sensación: los mirreyes buscan experiencias que embarguen sus sentidos; feeling de poder absoluto en orgías de jacuzzis, viajes en mega yates hasta el infinito y más allá, parties privadas en casas de gobierno donde sentirse “plenos” (la palabra de moda).

2.- Fantasía: vivir mundos imaginarios, desconectados de la sucia realidad, donde una portada en Hola sustituya los entornos descoloridos de la prole. El mirrey siente más empatía con los fans-lectores que con sus propios gobernados.

3.- Narrativa: configurar (previo pago mediático) una historia personal de éxito aunque lo contradiga la opinión pública adversa a su gestión. Los mirreyes políticos se diseñan un universo paralelo a dónde mudarse al estilo de los terrícolas exiliados de Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury.

4.- Desafío: es el principal placer que experimenta el mirrey político; se le denomina “erótica” del fracaso: por una extraña razón, las denuncias a su gobierno vigorizan al mirrey hasta hacerlo disfrutar el desafío de ser condenado por la opinión pública. “Si puedo provocar, provoco”. Esto tiene bases científicas: cuando es públicamente condenado, el ser humano libera histamina emocional, a fin de crearse la ilusión de optimismo delirante a como dé lugar.

5.- Competencia: suele expresarla diseñando su propio personaje público mitificado, vacunado de agravios, ajeno al linchamiento virtual de su persona; decidido a sentirse “capaz” y “competitivo” en su carrera.

Hace poco me lo confesó un joven aspirante a gobernador: “Todos los políticos llevamos un mirrey metido en el corazón”. Le respondí sinceramente: “Pues ojalá le dé a tu corazón un infarto antes y así nos salvamos de tu gestión”.

 

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