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1648 20 Agosto 2014

 

El beso de Wanda
Eligio Coronado

Monterrey.- Los cuentos de Juan Manuel Carreño se ubican en nuestro entorno inmediato. Sus personajes caminan junto a nosotros, padecen nuestra misma realidad, están hechos a nuestra imagen y semejanza: un hombre cuenta al juez sus razones para matar al hombre que se burlaba de él, otro escribe sus propósitos de año nuevo para olvidarlos a la primera tentación, un comerciante rechaza invertir en el invento de la televisión a colores porque lo considera un fraude, etcétera.

A lo largo de catorce cuentarios, el oficio de Juan Manuel se ha ido consolidando en una economía narrativa donde impera el trazo rápido, preciso y práctico, aunado a cierta amenidad que cada vez se apoya menos en el humor.

Claro que residuos quedan, pero no como prioridad. Ahora su propósito es crear textos redondos, ágiles y sin fisuras: como el de la mujer que vive temerosa de que la persigan y, al morir, su sombra sigue sufriendo ese mismo calvario, o el del hombre que enloquece y mata a todos los que leen su periódico, por creer que los están estrujando (a su periódico y a él mismo), o la mujer que va a los bares a atrapar incautos para convertirlos en comida para sus gatos.

Su facilidad creativa lo ha convertido en el exponente local del cuento más productivo, además de ser el que más libros publica, aunque para ello haya tenido que autogestionarse sus propias ediciones a través de los cuatro sellos que maneja: Letras Regias, Letras de Nuevo León, Luna de Papel y Rayuela.

Los temas urbanos son los predilectos de su pluma, aunque la muerte y la fantasía siempre encuentran lugar en sus páginas. En El beso de Wanda* una mujer adquiere las desdichadas características físicas de un hombre sólo por besarlo, una horrible pareja es culpable de todos los adefesios que nacen en el pueblo y un anciano desaparece sólo para regresar hecho un treintañero.

Pero tal vez el cuento más impactante sea “Yo, el otro”, en donde el personaje se encuentra consigo mismo: “Ese hombre era yo. Pero no podía ser yo, porque yo era yo, y no podía haber otro yo más que yo mismo. ¿O es que yo no era yo?” (p. 49.)

El debate consigo mismo continúa cuando se lo encuentra de nuevo en el camión y hasta olvida bajarse en la parada cercana a su casa, lo cual su otro yo sí hace: “Bajé en la cuadra siguiente sólo para ver cómo introducía la llave en mi domicilio. Corrí a detenerle, pero cuando llegué (…) los niños lo recibían abrazándose a sus piernas. Mi esposa le daba un beso y le sonreía” (p. 50).

Este tema del doble es muy antiguo y refleja el temor de que alguien nos desplace y perdamos todo lo poco o mucho que hayamos conseguido en la vida: familia, patrimonio, estabilidad emocional, respeto, amistad, etc., razones por las que sigue vigente en la literatura.

*  Juan Manuel Carreño. El beso de Wanda. 2ª. Ed.aum.Monterrey, N.L.: Edit. Letras Regias, 2014. 67 pp.

 

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