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1665 12 Septiembre 2014

 

 

DESAPARECIDO
III. La cosa se puso peor
Raúl Caballero García

Frente a la incorregible realidad habita esta ficción

Dallas.- El alucine entretanto. Pasaban las horas. Hablaba solo. En realidad hablaba con La Pirámide, le mentaba madres, le imploraba menos silencio, menos intensidad, le pedía signos. Tuve el periódico dos-tres días abierto en esa sección, volvía a la mesa a ver la foto y releer la noticia, no podía creérmelo. La mesa del comedor tenía ya un montón de periódicos apilados, secciones en el piso. La pura inercia de la indecisión acumulándose. Lamentaba el negocio que se me iba de las manos: La Pirámide no sería nuestro espacio.

Eso tampoco podía creérmelo luego de haberla sentido tan cerquita. Imaginaba que si el muerto no volvía, tal vez yo... Los documentos, las escrituras estarán por aquí, pensé. ¿Quién lo conocía, dónde estaría su familia?; nunca la mencionó. Ahí estaba yo, de la indolencia al disparate. Extravagante. Irracional. Busqué el título de propiedad, las escrituras, los papeles que me dieran indicios de quién había sido Chapa, pero los escritorios de la casa no aportaron nada, los cajones de la cocina, de las recámaras, tampoco. Quise recoger hojas de periódico del piso y terminé una vez más tendido en el suelo leyendo sin leer, viendo el techo, sus rugosidades, las lámparas del abanico en el centro del cielo, la nada. Hasta que mis ojos se posaron en una pistola que estaba pegada en el reverso de la mesa. Te lo juro. A gatas me acerqué hasta ella, no la despegué, estaba dentro de una funda que a su vez estaba remachada a la mesa. La observé no sé cuánto tiempo, así a gatas; la funda además estaba reforzada por cinta de tafetán. Por debajo de la mesa, como te digo, en el espacio de la cabecera… de película, wey, de pura pinche película. Estaba lista para ser extraída y usarla. O sea.

Ahí estaba otra vez fantaseando una balacera en la que yo me veía obligado a usarla en contra de unos espías. Imagíname, sin reírte, sin siquiera sonreír caón –en serio, me cae– no es cosa de risa, pese a mis estúpidas fantasías que, en todo caso, supongo que eran una salida de mis miedos. Entonces fui a la isla de la cocina y abrí mi laptop, abrí Google, apunté lo que decía la pistola en un costado del cañón: hk usp 9mm, revisé toda la página, es una Heckler & Koch, alemana, semiautomática, con un cargador de 18 cartuchos. ¡Puta madre! Al quedarme ya estaba sumergiéndome en un círculo en espiral, (como Draper). Ahí estaba, vinculado de pronto a un muerto desconocido, hundiéndome en su mundo de violencia, en sus pantanos cenagosos de crimen y no sé qué más… o'i nomás, ya parezco Corín Tellado o Bárbara Cartland: hundiéndome en las arenas movedizas del bajo mundo… ahí tienes, al mejor estilo de Danielle Steel, ahí estaba cayendo en los abismos de La Pirámide, que ahora me ofrecía una pistola. Pero el absurdo total fue cuando encontré el dinero. Ay, wey.

*
Mi fantasía infantil –créeme, desde la infancia– siempre ha sido que voy caminando en una calle solitaria, cuando pasa un convoy de autos, a toda velocidad y con gran escándalo. Como en aquellas viejas series televisivas de detectives, como Hunter o Columbo, o una que nos quede más a mano en la imaginación: CSI Monterrey. Son varias patrullas que van persiguiendo a alguien que corre en un auto deportivo y que les lleva algo de ventaja, y el deportivo dobla en la mera esquina donde yo voy. Es una calle solitaria y de pronto veo que desde el quemacocos o desde una puerta que en plena carrera se abre –en mi imaginación es intercambiable el hueco desde donde lanzan una maleta que cae a mis pies; la veo en medio del pasmo y el terror, levanto la vista y un Lamborghini rojo, o a veces es un Porsche Cayman dejando un estrépito a manera de estela alejándose–. Y enseguida veo doblar la esquina a todo el convoy que lo persigue en fila india; allá se van detrás del deportivo de lujo. La calle, como te digo, está desierta; levanto la maleta y me doy cuenta que está llena de fajos de dólares.

Después, la gloria. Días gloriosos en un cinco estrellas; o sea, ya puedes imaginarte la champaña y las mujeres, los amigos celebrando. Mi sueño guajiro de la infancia. Pero casi siempre mi fantasía se disipa cuando abro la maleta. Ajá, esa ha sido mi fantasía de infancia, wey, de historieta más que de película ¿no?, pero ni más y pos ni menos. Estúpido y absurdo por lo que de adolescente tiene, pero ahora imagíname en la sorpresa, wey y pues ahora la realidad es muy otra. ¡Trata de ver la sorpresa real, wey! Nombre, no sabes lo que sentí cuando descubrí el dineral dentro del walk in closet de la recámara principal; y luego cuando comprendí sus dimensiones, cabrón. Nooombe, no te imaginas cómo estaba, ni cómo me puse. En una circunstancia así, desmedida, inabarcable y desmesurada y todo lo que quieras, lo primero que me pasa por la mente (¿o cómo decirte?), lo primero que siento, o lo que pienso son reminiscencias así, como resorteados aparecen recuerdos juveniles, recuerdos lejanos o recuerdos de hace un momento pero de otro tiempo (¿me entiendes cómo te digo?), es recurrente en mí; me vuelven ideas fantasiosas y estúpidas como lo del Lamborghini y el maletín lleno de dólares. Uta. Mira, yo ya había desistido de cambiarnos a Monterrey, estaba súper paranoide sin deberla ni nada pero sí temiendo a cada momento lo peor. ¡Pero no me salía! Ya estaba de Dios. “Pinche casa”, repetía, me ponía a hablar con ella, “estás maldita pinche Pirámide”, pero ahora a ratos le digo “bendita”, pues a la mejor ella no me dejaba salir sin su secreto. Como ves, me hace todavía hablar solo, ¿eh?, cabrona casa.

*
Cuando venía hacia Laredo venía con miedo, wey. Es más, creo que el miedo se posesionó de una parte de mí. Es cierto eso de que el miedo es cabrón. A'i vengo por una parte con miedo, pero por otra lleno de una adrenalina que alguna hormona suelta hacía irrumpir alborotando mi corazón; de pronto gritaba a todo pulmón, como un loco contento, alborozado. Cruzaba pueblos fantasmas. El retrovisor como fiel compañía. Pinche espejito se volvió un oráculo devolviéndome el pasado, lo mismo que el futuro. Un receptáculo de palabras y pensamientos, de recuerdos, sentimientos, bendiciones y mentadas, de todo cuanto una mirada en silencio o dicharachera puede abarcar. Incluyendo rezos y por lo mismo tantas dudas.

*
Esos días en Monterrey en realidad no hablé con nadie. No conocí a nadie, salvo a la mujer de la tiendita; era un barrio desierto. La tienda estaba atendida por esa mujer cuarentona pero apetecible; medio atractiva, con apariencia de distraída, pero capté que todo lo observaba, como calculando no sé qué. Otras veces despachaban diferentes jóvenes, supongo que se turnaban, claro, parecían todos de la misma familia, acaso eran los concesionarios de la franquicia. Enseguida te hablo de la cuarentona porque me la cogí, nos cogimos, pero luego te platico. ¡Qué paalo, wey! Te cuento esto de la tiendita porque ahora me digo que ni en el mundo me hacen, o eso quiero creer, porque sin duda estoy en los videos de las cámaras de seguridad durante mis descompuestas visitas. Al templo de La Salle entré una sola vez, wey; nunca cruce palabra con nadie. Como ves, estoy bien pinche paranoide. A veces me desdoblo. Y me asusto, claro. Como cuando hablo con La Pirámide, manía que dejé crecer como un mecanismo de defensa; por lo menos así lo justifico, pero ahora, aun sin la representación de La Pirámide, hablo conmigo mismo o con un tú dentro de mí (¿me entiendes cómo te digo?). Me regaño, wey, discuto, todo mentalmente, aunque por momentos, me cae, me sorprendo hablándome en voz alta. Ahí es donde me asusto, cuando veo que somos dos o que soy más de yo, otro en mí (¿otros?); ¿me entiendes cómo te digo? Lo más peor es que a veces distingo la voz del otro. Su voz ya tiene una peculiaridad en mi psique. ¿Debo preocuparme? Sí. ¿Seré un caso de doble personalidad, wey? No, no lo creo ¿verdad?; no podría estar consciente, debe ser un mecanismo de defensa. Chinga, pensarás que razono como un chamaco de 14 años. Y sí, wey, así me siento, sobre todo cuando estoy solo. Un jovencito inmaduro, ahora por primera vez a solas consigo mismo.

*
Escribirte fue una idea que me cayó del cielo, caón; me cae que no podía encontrar mejor confidente. Fue un clic afortunado descubrirte en el caos de mi horizonte; no podías ser otro escudo mejor contra la soledad o la paranoia o la incertidumbre, pues. ¿Será?, me pregunté con la hoja en blanco. “Pinche Pirámide debe ser, debe ser, es mi viejo amigo, cabrona, algo me dice que ya la hicimos, wey”; en serio, así le dije a la puta casa. Se me ha quedado, como te digo, la manía de hablar a solas con aquella casa loca que me metió en esto. Ahora le echo la culpa y le doy las gracias, alternadamente. “Hablar con él –contigo– me ayudará a encontrar la salida, alejarme de mi periferia para llegar a la otra frontera, la de todos”, le dije: Me dije.

*
Una de esas noches de desvelo, porque esos días posteriores a la muerte del administrador de no sé qué y no sé cuántos, el insomnio me jugaba muy malas pasadas; iba de un lado a otro deambulando por toda la casa. Debatiéndome entre si comunicarme con Aurora, o con alguien más allí mismo en Monterrey. Pero nadie, nadie conocido supo de mi presencia. Estoy seguro. Dormía dos, tres o cuatro horas seguidas. Profundamente. Y luego nada, puro quemar aceite, tirándolo, patine y patine en el aceite derramado, volviéndome un zombie, un sonámbulo. Paranoide de a madre. ¿Cómo fue? Una de esas noches, te digo, entré al walk in closet y me llamó la atención una gasa, o a mí me pareció algo así como una venda que salía por un extremo de la alfombra, un mechón de gasa pegado a la pared. Me le quedé viendo un largo rato. Me acosté en la banquita otomana a fumarme uno, dos, tres cigarros y piense y piense en todo lo que te digo y de rato en rato viendo el mechón que salía del extremo de la alfombra. Me incorporé para levantarme; ya me iba de nuevo a peregrinar por La Pirámide, pero algo me dijo que jalara el listón, la venda, la gasa, ese mechón sobrenatural. Al hacerlo se levantó ese extremo de la alfombra. Y le jalé más y más, wey. Nombre. Increíble.

[Continuará...]

 

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