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1684 9 Octubre 2014

 

 

El cerebro de los criminales de Guerrero
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Un grupo paramilitar o una banda de criminales que queman vivos a 43 jóvenes entre 18 y 23 años, como sucedió en Guerrero con los estudiantes normalistas, sólo puede explicarse en términos sociológicos: en la mente de estos delincuentes se sedimenta un entorno social adverso y una educación deficiente. Pero la argumentación, por sí sola, aislada, cae por su propio peso.

Sin descartar la influencia del medio ambiente en la conciencia de un criminal, lo cierto es que también merecen combinarse estudios sobre posibles causas biológicas. Factores genéticos contribuyen a provocar masacres como la de Guerrero. Por ejemplo, un defecto en el hipocampo (zona del cerebro donde se localizan los recuerdos) puede inducir a este tipo de criminales a olvidar las consecuencias de su acción delictiva.

Otra zona cerebral aún más importante para detectar tendencias delictivas de no funcionar adecuadamente, es una zona del cerebro localizada justo arriba de nuestros ojos, detrás de la frente. Es ahí donde se determina si una persona será proclive o no a actuar con desdén hacia la vida humana.

A esta parte del cerebro se le denomina córtex prefrontal y es una especie de regulador natural de nuestro comportamiento que tenemos los seres humanos, del cual carecen los animales. Si funciona bien su córtex prefrontal, la persona podrá tomar libremente sus decisiones moderando su agresividad y sus instintos primarios.

Pero cuando el córtex prefrontal sufre una falla, se daña y no envía señales claras de moderación, o estas señales se emiten en forma distorsionada, el individuo estará predispuesto a la violencia contra sus semejantes, se dejará llevar por sus instintos y será un delincuente potencial.

Por eso la falta de suficiente masa cerebral, que representa incapacidad para generar estímulos emocionales, es una marca distintiva de la mayoría de los psicópatas: cuando se les estudia mediante encefalogramas, se comprueba que todos estos criminales padecen la misma tara congénita o adquirida durante su infancia.

Si tales delincuentes fueron maltratados o sufrieron un golpe severo en el cráneo, las lesiones pueden no ser notorias a simple vista, pero sus implicaciones les afectarán irremediablemente el resto de su vida adulta. Existe un punto en las investigaciones científicas donde la biología y la sociología convergen.

Como puede verse, la conducta criminal nace de una falta de estímulos emocionales. De ahí que, si bien no podemos actuar en contra de las causas biológicas que conducen a una persona a caer en la delincuencia, sí es posible construir un entorno social que propicie los estímulos emocionales, y que ejercite colectivamente esta actividad cerebral. De cara a las futuras generaciones, enseñarles respuestas emocionales adecuadas a los menores, es la mejor educación que podemos impartirles.

 

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