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1733 17 Diciembre 2014

 

 

La prosa poética de Armando Fuentes Aguirre
Eligio Coronado

 

Monterrey.- La prosa poética surge cuando la pluma se pasea por la página como lo haría una patinadora sobre el hielo, haciendo filigranas para deleite propio y del público lector.

Pareciera que la pluma no quisiera dejar de solazarse en sus evoluciones coreográficas, sabedora de que está construyendo una obra de exquisito valor en la cual la forma de decir las cosas es más valiosa que el tema elegido.

Es cierto que lo que inspira o motiva a la pluma tiene su valor intrínseco, pero la pluma lo eleva de categoría al vestirlo con los ropajes de la sensibilidad y de la estética.

En Armando Fuentes Aguirre “Catón”. Una vida con buen humor…*, del periodista regiomontano José Luis Esquivel Hernández, encontramos que “Catón” no sólo cuenta chistes pícaros mientras ejerce la crítica política (y de otras cosas peores), sino que su pluma se regodea constantemente con este género fusionado que es la prosa poética: “He visto llover en muchas partes. Mil veces ha mojado la lluvia el barro de mi corazón. Pero la lluvia es más lluvia aquí en Saltillo. Es lluvia lustral que lava todos los pecados y nos deja como era el mundo antes del pecado original: limpios y puros” (p. 70).

Como se sabe, la lluvia es igual en todas partes, pero Fuentes Aguirre la enaltece: “Pero la lluvia es más lluvia aquí en Saltillo. Es lluvia lustral que lava todos los pecados”. De esta manera, el autor transforma su entorno con ingenio y sensibilidad.

Escribir prosa poética no es fácil para el que vive de prisa, para el que piensa que urge más llenar la página aunque no se diga nada. El secreto está en disfrutar la escritura, el vaciado de las emociones del día, la serena presencia del paisaje, el traslado de la luz del puerto matutino al nocturno, etc.

Así lo hace Fuentes Aguirre: “Las luciérnagas fueron, hace mucho tiempo el misterio y ornato de mis noches de niño. Caía la noche sobre el campo y se encendían y apagaban los cocuyos, como si la oscuridad abriese y cerrase sus mil párpados” (p. 46).

Para la prosa poética no hay tema insignificante: todo puede volverse materia literaria si nos esforzamos un poquito: “Una capa de hielo cubrió la sierra anoche. El oscuro follaje de los pinos se hizo blanco, y los caminos desaparecieron bajo la albura que cayó del cielo” (p. 227), “En el otoño vemos la hoja que se va, pero no vemos el árbol que se queda. (…) Ése es el error nuestro: pensamos más en la muerte que en la vida. (…) Triste es mirar cómo las hojas caen. Se hará menor nuestra tristeza si contemplamos el eterno árbol de la vida, tan lleno de renuevos, tan lleno de promesas” (p. 21).

Sigamos el ejemplo de Armando Fuentes Aguirre (Saltillo, Coah., 1938) que, además de escribir sus varias columnas para 154 periódicos, aún se da tiempo para escribir sobre los pequeños detalles (y siempre paseándose por la página): “Tras los tapiales de los huertos, los nopales ríen sus tunas rojas y amarillas. Hay flores blancas y de color de rosa en los sembrados. Los pinos del cercano bosque son como ejército de oscuros centinelas que custodian la paz de la comarca” (p. 158).

 

José Luis Esquivel Hernández. Armando Fuentes Aguirre “Catón”. Una vida con buen humor. Una vida de buen humor. Monterrey, N.L.: Edit. UANL, 2013. 267 pp.

 

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