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1739 25 Diciembre 2014

 

 

Cuando llegue el final
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Cada 24 de diciembre me gusta recordar una vieja historia pagana. No es mía: forma parte de la mitología griega que adapté como pequeño texto, pensando en quienes han sufrido recientemente la pérdida de un ser querido.

Cuentan que un día, el Dios Júpiter, aburrido del cielo y de la corte celestial, se disfrazó de vagabundo y caminó por la tierra pidiendo posada. Nadie le ofrecía un vaso de agua o un pedazo de pan, hasta que tocó la puerta de la más humilde choza.

Vivía ahí una pareja de ancianos. Años atrás, el hombre y la mujer se habían separado. Ambos conocieron el mundo, la soledad y la nostalgia. Al final, un mes de diciembre, se juntaron de nuevo en esa choza. Fue ahí donde los encontró el Dios.

Sin saber el origen divino de su huésped, los ancianos lo alojaron, le dieron de comer y le tendieron un lecho. Agradecido, el vagabundo se despojó de sus harapos y convertido de nuevo en Dios, les dijo: “Pídanme cualquier deseo. Yo se los concederé”.

Los ancianos lo miraron callados. Al cabo de un rato, el hombre habló: “Por vanidad o por orgullo, mi mujer y yo nos separamos, pero estamos otra vez aquí y no queremos que nada nos aparte de nuevo. Te rogamos nos concedas la gracia de morir juntos, para que ninguno tenga que sufrir sin la compañía del otro”.

El Dios accedió al deseo de los ancianos. Pasaron los años. Hasta que un día, mientras contemplaban el crepúsculo, el hombre le dijo a su mujer: “Es hora de partir”. Y ella le respondió: “Sí, también mi corazón quiere reposar”. Cada uno se dio cuenta que el otro se llenaba de hojas verdes; sus brazos se cubrían de ramas, hasta que una misma corteza los envolvió. El anciano dijo: “Adiós, amada mía, te pido perdón por haberte dejado alguna vez y gracias por todo”.
Se despidieron con un beso y los dos se convirtieron en árboles. Quedaron abrazados, unidos, porque el roble y el tilo tienen un solo tronco y así vivirán juntos para siempre.

No importa ser o no creyente para entender la frase de Santa Teresa de Ávila: “a la hora de nuestra muerte, nos calificarán en el amor”.

 

 

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