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1740 26 Diciembre 2014

 

 

Una mirada marxista a nuestra capital industrial
Claudio Tapia

 

San Pedro Garza García.- Fundada a finales del siglo XVI, la pequeña ciudad que a principios del siglo XX tenía 80 mil habitantes se transformó en la capital industrial que abarca una zona conurbada de 11 municipios, en la que habitan más de 4 y medio millones de personas. La ciudad de Monterrey, en el siglo XXI, es la segunda más extensa en territorio y tercera en población en el país.

Durante el porfiriato, la capital industrial selló su destino. Se estableció la Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, la Cervecería Cuauhtémoc, cementeras, vidrieras y pequeñas empresas que se consolidaron en el periodo que sucedió a la revolución. La pequeña ciudad se industrializó, creció, y al hacerlo se agudizaron sus problemas.

¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Por qué con el progreso también llegó la degradación? Una de tantas explicaciones nos la ofrece el materialismo histórico surgido a mediados del siglo XIX.

Henri Lefebvre, sociólogo y filósofo marxista interesado en explicar lo que ocurre en la ciudad, el espacio social y la vida diaria, refiere que fue Federico Engels quien mejor analizó los aspectos negativos que trae aparejado el desarrollo de una nación convertida en potencia debido a la revolución industrial. Advirtió en el capitalismo una doble tendencia centralizadora: la acumulación del capital acompañado de la concentración de la población. Alrededor de una fabrica mediana se constituye un pueblo; engendra una población que inevitablemente hace llegar a otros industriales para utilizar (explotar) su mano de obra.

El pueblo se convierte en una ciudad pequeña, y la ciudad pequeña en una grande. Se reúnen todos los elementos de la industria: trabajadores, vías de comunicación, transportes de materias primas, máquinas y técnicas, el mercado, la bolsa. Así, nos dice Lefebvre, fue como Engels vio la dramática situación del proletariado industrial hacinado en las principales ciudades de la vieja Europa.

Con la mirada del materialismo histórico –base de una de las utopías más seductoras que ha imaginado la humanidad– Engels, tanto en La ideología alemana como en Las grandes ciudades, revela la realidad urbana en todo su horror: no se trata del mal sino de la enfermedad de la sociedad atacada por los problemas de la ciudad industrial. Deja al descubierto los contrastes de la realidad urbana; la riqueza y la pobreza yuxtapuestas: la desigualdad. Es el sistema capitalista el que engendra el caos urbano, concluyó.

En el capitalismo, “la multitud solitaria”, aislada, pulverizada, vive los problemas cotidianos de la calle. La gente no se toma en cuenta recíprocamente sino con relación a la utilidad, cada uno explota al prójimo, los poderosos se apropian de todo. Nadie se preocupa por quien no tiene capital ni dinero. Si no encuentran trabajo, pueden delinquir o morir de hambre. “La policía vigilará que mueran de hambre de manera tranquila, nada ofensiva para la burguesía”. Es así como el espacio urbano se convierte en espacio represivo: el del crimen social.

La competencia –expresión de la guerra de todos contra todos– causa estragos en la sociedad y destruye el tejido social. Reina la violencia. “Los hombres excedentes”, los que no mueren todavía, se dedican a lo que pueden, trabajo precario, pequeños oficios, ambulantaje, pero también a la mendicidad y al crimen.

La mirada materialista deja al descubierto los convencionalismos y mentiras del poder. No podemos negar que así es como transcurre la vida cotidiana en la industriosa capital de Monterrey de la que no podemos sentirnos orgullosos.

Nos dimos una tregua para disfrutar la noche de paz y amor que tristemente no lo fue para todos. Ahora tenemos que volver la mirada a nuestra amarga realidad y buscar la forma de que Monterrey se torne en ciudad amable, vivible.

Invitar a pensar otras formas de convivencia social, a creer que otra ciudad es posible, equivale a desearle a todos los regios un próspero año nuevo.    

 

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