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1744 1 Enero 2014

 

 

Tratado sobre el tiempo y el fin de año
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Durante el fin de año los regios solemos hablar mucho del tiempo, no sólo porque en estas fechas el clima desciende, sino porque forma parte de la escenografía convencional de las fiestas. Hasta que llega un año electoral y gana la modalidad: tiempo político. Entonces la lengua se nos desborda. 

El regiomontano dice lugares comunes como éste: “Al mal tiempo buena cara”, “Hay que darle tiempo al tiempo”, “para mejores tiempos los de antes”, y la más referida: “A los Tigres les metieron el gol en el segundo tiempo”. 

El regiomontano sabe que vive simultáneamente en dos tiempos: el interior y el exterior o meteorológico. Sólo los hombres del campo nuevoleonés viven un tiempo unitario, único: el tiempo de la siembra y de sus cosechas. El tiempo es sagrado porque lo manda el cielo y porque fecunda o mata las cosechas. Igual en algunos políticos: no hay más tiempo que el electoral. Nada íntimo. 

¿Cómo hablarle al campesino de Cerralvo o a un político de otro tiempo que no sea el del campo o el del calendario electoral? Somos los metropolitanos quienes hemos escindido el tiempo en duración y clima. El clima, en la ciudad, sólo es una molestia –mucha lluvia o mucho sol–, molestia que se resuelve con un paraguas, y debajo de ese toldo transcurre nuestra vida interior, nuestro tiempo interior. 

Los mayas, los aztecas, medían el tiempo histórico por los astros. No dudaban que el tiempo visible –el sol, la luna– fuese todo el Tiempo. Ni se lo planteaban. Eran hombres del tiempo y de su tiempo. Hoy, el tiempo es sólo un pronóstico que balbucea una señorita en minifalda y buenas piernas que sale en la tele. Hemos erotizado el tiempo, que en Monterrey es un recurso barato para entablar conversación. 

A los cuarentones como uno el tiempo nos afecta mucho, física y anímicamente. Pero uno sabe que lo doloroso no es el tiempo que hace, sino el tiempo que pasa. Sobre todo cuando es año electoral y todavía no se deciden cargos públicos. Lo recomendable, en estos casos, es enfundarse unos calcetines gruesos y dejar que fluya el tiempo. O, en su defecto, que decida Peña Nieto, amo y señor del Tiempo Mexicano, hasta que llegó Ayotzinapa.

 

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