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1773 11 Febrero 2015

 

 

El tren de los deseos
Eligio Coronado

 

Monterrey.- El tren sigue sacudiendo nuestra imaginación, atravesando las llanuras del recuerdo y transportándonos por la geografía de lo desconocido. Las historias se acumulan en el tintero de la infancia, estallan las calderas de la creatividad y los fantasmas transitan por el andén hacia el pasado.

El tren continúa viajando en nuestros sueños y nosotros seguimos esperando en la misma estación, porque nos gusta soñar que el viaje de la vida nunca termina. Es fácil reunir los tiempos, las ciudades y las personas con los trenes, sólo hay que emplear las palabras adecuadas, aquellas que revelen la auténtica raíz de los acontecimientos, su mecánica, su vértigo.

Y en El tren de los deseos*, Juan Manuel Carreño lo consigue, presumiendo de paso su perfil rielero en doce cuentos ganadores de premios y menciones honoríficas en los certámenes literarios del Museo del Ferrocarril de la Casa de la Cultura de Nuevo León.

Hay cuentos históricos (“Andrea”, “Los sueños de Maximiliano”, “El héroe”), fantásticos (“Vacaciones en Brashov”, “Paolo en Mogador”, “La experiencia de Ralph”, “El tren de los deseos”), realistas (“La decisión de Anselmo”, “Laberintos”, “De ruedas”), costumbristas (“Palabra dada”) y campiranos (“El tirador”).

En ellos encontramos al niño que provoca la muerte de su madre porque ella había amenazado con matarlo a él; al hombre que cruza el desierto para llegar a los Estados Unidos y acaba delirando ante un vagón de tren abandonado; al joven que se rehúsa a cumplir un matrimonio arreglado y luego, cuando cree haber conocido a su futura esposa, decide dar el gran paso y se lleva una sorpresa de mucho peso, etc.

Destacan por su estructura a base de retrospecciones: “De ruedas”, donde un hombre recuerda en sueños todo lo malo que le ha ocurrido desde que llegó su suegra; “Los sueños de Maximiliano”, donde el ex-emperador de México recuerda, previo a su fusilamiento, algunos pasajes de su vida junto a su esposa Carlota;  “La experiencia de Ralph”, donde un fantasma recuerda cómo murió y su condena a repetir los mismos hechos: y finalmente “El tren de los deseos” (cuento que da título al cuentario) donde se  da un caso de transmutación de cuerpos: el viejo sastre Allan Harper (de 68 años), viudo y sin hijos, desea ser tan joven como el ejecutivo bancario Edwin Randolph (30 o 35 años), casado y con dos hijos: “Harper estaba seguro que un día llegaría el momento en que él entraría en ese cuerpo y que el otro ocuparía el suyo” (p. 81).

Y así ocurre mediante un suceso inexplicable en el tren en que ambos viajan, sólo para descubrir que el ahora joven cuerpo de Allan Harper tiene los días contados: “(Harper) Abrió el sobre. La sangre se le fue a los pies. Él era Edwin Randolph y tenía cáncer en el cerebro” (p. 86).

¿Castigo por desear ser joven de nuevo? ¿Venganza del destino por ambicionar lo imposible? ¿Escarmiento para irreflexivos o ingenuos? Lo cierto es que el original Randolph resultó beneficiado con una extensión de vida no planeada.

* Juan Manuel Carreño. El tren de los deseos. Monterrey, N.L.: Edit. UANL, 2014. 86 pp. (Colec. Tarde o Temprano.)

 

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