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1814 9 Abril 2015

 

 

El riesgo electoral de los “likerianos”
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- En general, los candidatos a cargos de elección popular usan las redes sociales con candorosa ignorancia. Carecen de herramientas de medición para cerciorarse de que se comunican óptimamente con los electores/usuarios.

Y es que en este entorno virtual proliferan entes amorfos, de rostros múltiples, que para conceptualizar su presencia etérea me atrevo a definir como los “likerianos”, es decir, aquellos merodeadores de redes sociales que suelen poner like a cuanto post aparece en su monitor, frente a sus narices.

Un “likeriano” comprende un grado de compromiso menor al del militante real de un partido o al simpatizante (a nivel de calle) de una figura pública. En comparación con estos activistas, el “likeriano” es menos comprometido, más volátil, y peculiarmente ubicuo: puede dar su respaldo digital tanto a unos como a otros, sin dilemas de congruencia; su implicación política es soft, descafeinada y frívola. La facilidad de un like representa la posibilidad de que la simpatía del usuario se diluya o se olvide unos segundos después.

Este efecto de amnesia inmediata de la mayoría de los “likerianos” se incrementa con la invasión actual de anuncios, videos, fotos y saludos de tantos candidatos que difícilmente pasan la prueba de la originalidad. La saturación de banalidades, la extenuación de campañas políticas triviales, vuelven al “likeriano” más peligroso que un meme viralizado. Un candidato puede contar sin margen de error las veces en que fue compartido en Facebook un meme en contra suya. Pero la cuantificación se extingue si pretende fijar una tendencia clara de usuarios en su favor. En la ecología de medios el odio es más fuerte que la empatía; el desprecio más resistente que la adhesión; el ataque más visible que el respaldo.

Y el punto más importante: en las campañas “de calle” la figura principal es el candidato; en las redes sociales la figura principal es el propio usuario. De ahí que muchos electores que físicamente no se atreverían a mirar a los ojos a un candidato, en Twitter pueden hablarle de tu, insultarlo, lanzarle comentarios ofensivos, o peor: ponerle un engañoso like, sin que existan consecuencias, ni razonamientos de fondo.

Pero por causas insospechadas los candidatos van tras el “likeriano” como abejas al panal, con una ansiedad que se desfoga cuando alcanza los cien iconos de dedito para arriba que electoralmente representan casi nada. Y en unos comicios para gobernador, donde el éxito demanda rebasar los 650 mil votos, aproximadamente, esos cien deditos para arriba, más que un apoyo puede ser una señal obscena que se ensarte en donde menos quisiera el candidato. Preferible serían las boletas con su nombre tachado, metida en una urna electoral.        

 

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