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1874 2 Julio 2015

 

 

Frente al Señor Matanza
Ximena Peredo

 

El decide lo que va, dice lo que no será
decide quién la paga, dice quién sufrirá
Esa y esa tierra, y ese bar

son propiedad del Señor Matanza.
Mano Negra

Coímbra.- Las masacres de diez trabajadores en García el 26 de junio y al día siguiente de otras cuatro personas en la colonia Independencia, más los tres cadáveres “sembrados” el domingo 28 en la Colonia del Valle, en San Pedro, fueron actos de capitalismo terrorista. Detrás están intereses económicos y una tétrica especulación política.

Mientras se nos revolvía el estómago, los de siempre salieron a dar sus opiniones hasta convertir el duelo en “coyuntura”. Que regresaron, que no se había ido, que es un mensaje para ti, que no, que ahí te hablan. Que las víctimas eran delincuentes, que eran protegidos por policías, que vendían droga. La confusión y el dolor que provoca este coro es realmente el meollo del acto terrorista.

Estas lagunas artificiales están puestas ahí para paralizarnos, porque si quien debiera informar y procurar justicia no lo hace, la línea entre autoridades y criminales termina por borrarse. Y eso indigesta.

Pero no es sólo la ausencia de información veraz, sino la lectura mil veces fallida de la violencia lo que nos desazona todavía más. Es decir, pareciera que la negligencia de las autoridades tiene mucho que ver con el análisis miope de una crisis que intentan superar con bloqueos y revisiones ilegales, con más policías, militares y equipamiento de guerra. 

Desde su óptica bizarra el crimen es resultado de un sistema represor débil cuando, precisamente, lo que distingue a sociedades pacíficas es la ausencia de hostigamiento policiaco. Esta inconsistencia puede comprenderse sólo desde la lógica del capital: la violencia que ofrece oportunidades de negocios no se combate, se reproduce.

Es tiempo. Vale más verlo que seguir negándolo: tenemos una intoxicación de capitalismo. El narcotráfico y el crimen organizado son dos de sus síntomas más visibles.

Desde 1890 ha imperado el capitalismo en nuestra Ciudad. Su objetivo es producir para acumular, y consumir para producir más. Se decía que el sistema no necesitaba de ser regulado porque la ley de la oferta y la demanda lo mantendría en equilibrio. Sin embargo, pronto se encontró la forma de crear demandas, de diseñar mercados a base de publicidad y de generar mano de obra más y más barata a base de despojos.

Nuestra ciudad industrial, que en el pasado fuera reconocida como polo de desarrollo, hoy es la antítesis del imaginario de “progreso”. La cultura del esfuerzo nos pagó con empleos precarios y bienes de consumo que al paso de los años se han vuelto impagables; sólo del 2005 a 2015 se incrementó en 94 por ciento el número de personas que en Nuevo León no pudieron comprar una canasta básica con su salario. Somos la ciudad más cara del País.

Por si fuera poco, la licencia de destruir lo común para producir cemento, acero, vidrio, químicos y cerveza, alimentado por la política del automóvil individual, nos ha convertido en la ciudad más contaminada del continente, en un auténtico basurero de desechos industriales.

Mientras los políticos leen las últimas tragedias en clave capitalista, con juegos de especulación que buscan mejorar sus posiciones individuales, yo propongo que comencemos un ejercicio complicadísimo, de autocrítica.  Sugiero revisar dos ejemplos: la cultura del trabajo y de la legalidad.

“Jale es jale”. Este principio, reproducido por lo menos durante un siglo, vomitó el viernes 26 de junio en una bodega de cervezas su versión actualizada: el sicario sólo está haciendo su jale. Puede ser que no le guste hacerlo, quizá preferiría ganarse la vida de otra forma pero “jale es jale”.

Muchos creen que el problema está, entonces, en la ilegalidad, en los salarios mal habidos, pero el entuerto es más complicado. La actividad económica liberal es un flujo entre lo legal y lo ilegal. Lo que predomina son los modelos mixtos. Quien tiene todas las condiciones para cumplir las normas las rompe para acumular más, pero también está quien las rompe para sobrevivir. En este contexto quien aplica la ley se dedica al negocio de la extorsión. 

En los últimos treinta años, las políticas neoliberales llevaron estos vicios del sistema a escalas globales, generando la ultra acumulación de capital y una corrupción monstruosa corporativa y gubernamental que tomó cuerpo en nuestra Ciudad.

Con preocupación observo que al próximo gobierno estatal todavía le quedan ganas de estirar la guerra, de diversificar el negocio, de jugar a la papa caliente. Estamos pues, sin gobierno, frente al desafío de desactivar la bomba que con tanto orgullo hemos producido.

 

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