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1879 9 Julio 2015

 

 

MALDITOS HIPSTERS
Las batallas de Mariana
Luis Valdez

 

Monterrey.- Es comprensible que a muchos no les haya dejado conformes “Mariana, Mariana”, la versión cinematográfica de “Las batallas en el desierto”.

Novela de José Emilio Pacheco, considerada un clásico de la literatura mexicana. Buena novela, buenos actores, regular adaptación, pero tiempo limitado.

Mariana, personificada por Elizabeth Aguilar, hoy día no es el mismo tipo de madre soltera que vemos recogiendo a sus niños en las guarderías, o llevándolos a centros de entretenimiento para que brinquen y griten mientras ellas se ríen clavadas en su Iphone. Mariana es, al menos una mujer (presuntamente joven, aunque Elizabeth Aguilar no me convenza de eso) que saber cocinar y llevar a buen cauce las atenciones de un departamento, mientras que hoy día la que puede recurre a la chacha.

Mientras que la novela (maravillosa novela corta) se centra en la infancia de Carlos, desde el punto de vista de un niño, la adaptación de Vicente Leñero  es un bombardeo de flashbacks cuando acaba de asistir al funeral de su madre y un excompañero lo lleva en su auto. El mismo con el que alguna vez se había batido a golpes y luego reencuentra para cerrar el círculo de la historia infantil, como compañeros de experiencia, pero no como amigos ni enemigos, porque a final de cuentas sólo de eso se trata el compañerismo: de compartir aventuras y desventuras. (¿No han tenido esa sensación cuando tiempo después se van a tomar un café con algún excompañero de trabajo y tristemente se dan cuenta de que ya no tienen nada en común?)

El hermano mayor sigue presente como el júnior, como una transgresión directa al padre y al hogar, pero pasa de ser un estudiante revolucionario (está de moda ser comunista) a ser en el territorio del cine sólo un joven revoltoso (y a agarrarle el trasero a las empleadas domésticas). ¿Qué convierte, según Leñero, al estudiante comunista en un hombre de extrema derecha, capaz de hacer fraude a su propio padre? Puede que lo difícil es lograrlo con el poco espacio de tiempo en cine para asimilar a un personaje extremista. Pues esto no es un serial, sino una producción limitada, que incluso pudo haberse comido algunas parte en el trabajo del adaptador.

Porque a final de cuentas Carlos y su excompañero se la pasan horas en el tráfico de esa Ciudad de México en la que ya no se reconocen, pero a la que quieren seguir adheridos. Porque tienen miedo de que si el último vestigio de su ciudad desaparece, también ellos se reconozcan desaparecidos.

Pero Carlos le dice a su acompañante: no, esta seguirá siendo la misma ciudad en la que crecimos, porque tú estás aquí y aquí estoy yo.

De todas formas deben entender (y puede que eso es lo que no han sido capaces de asimilar) que no son sólo ellos y su pasado, sino el pasado y el presente de millones de seres humanos que, como ellos, viven y malviven en la que ahora es una gran urbe.

No es cuestión de reconocerse, sino de saber que ahora son unos desconocidos.

 

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