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1886 20 Julio 2015

 

 

Ten cuidado con el Chapo, papo
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Dos puntas de un arco en el imaginario colectivo: el video de la fuga del Chapo y la amenaza rimada en televisión del cantante Pitbull en contra de Donald Trump: “ten cuidado con el Chapo, papo”.

Entre las dos puntas del arco, el gobierno de Peña Nieto tropezando en sus propias incongruencias, ansioso por justificarse (“cada año se fugan muchos presos”, declara la Procuradora Arely Gómez) e incapaz de proponer un relato coherente, un guión mínimamente creíble a su gestión que lo exculpe del escarnio global. Una comunicación caótica a los que no faltarán adjetivos para calificarlo de “Estado fallido”.

La instrucción de las altas instancias del gobierno es apegarse a la inverosimilitud de sus propios argumentos, a las contradicciones inexplicables y las pruebas que faltan. Dejar que el tiempo corra; convertir esta fuga en una especie de “crimen perfecto”, según la definición de Jean Baudrillard: un crimen cuyos autores, relato, culpables, han desaparecido, sin dejar rastro, así se filmara la fuga del reo en tiempo real y supuestamente seguido en directo por los custodios penitenciarios. Blanco invisible. Nadie a quien condenar. Todos exculpados.

En el agujero negro de la credibilidad gubernamental, el Chapo reedita esa forma de invisibilidad en el corazón mismo de la transparencia mediática que es el video en tiempo real; invisibilidad que evoca Edgar Allan Poe en su cuento “La carta robada”: la evidencia no se descubre porque está sobre la mesa, frente a las narices de todos, teóricamente en uno de los sitios más vigilados del país. La segunda fuga del Chapo quedará en el recuerdo como un caso ejemplar de ese blanqueamiento de las apariencias al que se refiere Baudrillard en “La transparencia del Mal”. La amenaza televisiva de Pitbull (“ten cuidado con el Chapo, papo”) es una metáfora de ese blanqueamiento del Mal. Han blanqueado la fuga de un criminal. Han blanqueado la historia hasta convertirla en la leyenda de un renegado audaz; de la persecución de un fugitivo a la entronización de un héroe popular.

Se trata de construir el mito del Chapo como aventurero para blanquear la corrupción del gobierno federal, incapaz de articular una narrativa mejor que la propuesta por el imaginario colectivo y su personaje del forajido que aparece y desaparece a su antojo, un Chucho el Roto de la era moderna, una figura que se imbuye en los estereotipos del western, con la “heroización” del individuo, del justiciero, la justicia privada y la ley del Talión: “cuídate del Chapo, papo”. Para salvar su honra hueca, su legitimidad agotada, el gobierno federal admite la creación de un nuevo mito genial. Pero cuando se tolera que deje de existir la distinción entre lo verdadero y lo falso (sin la cual no hay conocimiento) y la distinción entre la realidad y la ficción (sin la cual no hay narrativa coherente), el gobierno está destinado a su irreversible descomposición.

 

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