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1914 27 Agosto 2015

 

 

Casino Royale
Hugo L. del Río

 

Monterrey.- En México, la justicia es una de las grandes ausentes. Al dolor y la amargura por la tragedia del casino Royale se adenda la frustración por la impunidad de los culpables.

El Estado de Derecho es una mala broma. El Poder Judicial es la catedral de la corrupción y, en Nuevo León, la mal llamada Comisión de Derechos Humanos es no más que una oficina de presupuestívoros. Están en prisión unos miserables muertos de hambre quienes, nos dicen los agentes del gobierno, quemaron o asfixiaron a cincuenta y dos personas y dos bebés nonatos.

Tal vez estos lumpen fueron, efectivamente, los autores materiales del multihomicidio. Pero ellos no son los verdaderos asesinos. Los criminales están entre nosotros. Viven en familia, como si fueran personas normales. Duermen en alcobas refrescadas con aparatos de clima artificial; llevan a sus hijos a la escuela; conviven con los vecinos. Larrazabal sigue, supongo, con la venta de quesos y con la construcción de edificios mal hechos.

Los dueños de lo que fue casa de juego se la pasan en grande, como sultanes árabes. No fue castigado ninguno de los policías quienes, en patrullas, a pocos metros del Royale, estaban descaradamente protegiendo a los incendiarios.

Fue grotesca la pésima función de teatro que nos ofrecieron Felipe Calderón, Rodrigo Medina y el quesero. No sirven ni como actores de reparto en carpa barriobajera. Querían expresar indignación y pesar por la matanza. Pero, ¿realmente les importó el sufrimiento de las víctimas y los deudos? Los tres hombres mencionados son políticos de tercer o cuarto nivel, pero saben muy bien que los mexicanos carecemos de memoria. Este defecto es todavía más pronunciado en el regiomontano. La tabla de valores de la mayor parte de los habitantes de Monterrey es bien corta: McAllen, el futbol, la carne asada acompañada de caguamas heladas y la televisión comercial. El universo se reduce al Valle de Texas: la isla del Padre y, para los espíritus aventureros, Cancún, Houston o Dallas.

Nadie molestó a Larrazabal, a pesar de que se difundieron pruebas de que su hermano recibía dinero de los casineros: alianza vituperable que en una nación les hubiera costado prisión a todos los integrantes de la coalición del crimen. Protección Civil del municipio nunca exigió que el desplumadero respetara las reglas elementales: contar con extintores, salidas de emergencia, hachas, mangueras plegables conectadas a tomas de agua.

Y a la aflicción todavía hay que añadirle la frivolidad de tantos y tantos humanoides quienes como mantra repiten que los hombres, mujeres y criaturas por nacer inmolados en el altar del dinero “se lo merecían” por andar entre dados y ruletas.

En verdad, en verdad os digo: en México una de las mercancías más baratas es la vida humana. Qué triste.

Pie de página
El mexicano es una de las criaturas más extrañas del planeta. Es un ente huérfano de autoestima, divorciado de su patria. Más que admiración, siente amor por quien lo humilla, lo golpea y lo explota. En su psicología de esclavo se pone de rodillas ante el abusador y le besa la mano. Ángel Quintanilla nos informó ayer que en alguna ciudad de Estados Unidos, vio a mexicanos comprar camisas de la marca Donald Trump. Es difícil imaginar mayor servilismo.

hugo1857@outlook.com

 

 

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