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1941 5 Octubre 2015

 

 

La orfandad de Federico
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Es curioso que el libro que escribió Federico Reyes Heroles en memoria de su padre, se titule “Orfandad”. Lo publica sesentón, casi a la misma edad que tenía su progenitor al morir, y a pesar de las décadas transcurridas, Federico no deja de sentirse huérfano.

Don Jesús murió en 1985, a los 63 años, víctima de un lento suicidio: el cigarro y el alcohol. Cáncer de pulmón y cirrosis hepática.

Para el promedio de vida actual en México (75 años), don Jesús no era un viejo. Dice su hijo que su vida se interrumpió abruptamente, que a su trayectoria en el servicio público le quedaban muchas páginas por escribir. Acusa a su padre de provocarse ambas enfermedades. Pero también explica la versión paterna: no le interesaba gozar de una larga vida, sino de una vida plena. ¿Cuál de las dos opciones es preferible? Ninguna: la vida no se programa y la plenitud existencial tampoco. La buena o mala fortuna cumplen su parte en la historia de cada quien.

Un periodista le preguntó a Winston Churchill el secreto de su longevidad: “habanos y whisky”, respondió el político inglés. Don Jesús no tuvo la misma suerte, pero sí el mismo propósito de vida: dejarse vencer por los placeres del paladar. Churchill olvidó añadir a su hedonismo el gusto sexual (solía perseguir a sus sirvientas), y el hijo de don Jesús alude más al cigarro que al verdadero problema de su padre: el trago.

Quienes lo conocieron, sabían que don Jesús era alcohólico, aunque nunca perdía el dominio de sí mismo. Así cocinó en Gobernación la Reforma Política de 1977, se entendió con líderes duros como Fidel Velázquez (a quien apodaba en su propia cara como el ahuehuete), y ponía en su lugar a sus jefes, que solían ser Presidentes de la República, como Echeverría o López Portillo (no como Ruiz Cortines, porque era el único mandatario con sentido común que ha tenido el México postrevolucionario). 

Don Jesús siempre fue austero (odiaba el golf, los carros de colección, los yates y cualquier otro lujo propio del típico político mexicano) y era severo hasta la ignominia. Una vez, corrió de una cena a un subordinado, frente a los demás comensales, luego de lanzarle indirectas hasta el momento en que sirvieron los platillos: “yo no como con traidores, váyase de aquí”. Su afición era la lectura, la plática cultural de sobremesa y dictar (no solía escribir porque era torpe con las manos) libros de derecho e historia, como su monumental “El liberalismo mexicano”.

Federico Reyes Heroles comienza por el final su remembranza paterna: una tarde como cualquier otra, don Jesús pidió a su esposa y su dos hijos que se sentaran en la sala de su casa. Desencajado, les soltó la mala nueva: “me voy a morir”. Luego se marchó de su casa para citarse con el Presidente, Miguel de la Madrid (su antiguo alumno de facultad). Le dio su renuncia como Secretario de Educación y se fue resignado a morirse. Una muerte prematura, protesta su hijo Federico. ¿Pero cuál muerte de un hombre sabio no será siempre prematura?

 

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