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1967 10 Noviembre 2015

 

 

El veneno de Pablo Neruda
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Debatir si Pablo Neruda fue envenenado o murió a causa de su cancer de próstata es perder el tiempo.

Hace un par de décadas pudo provocar un alud de denuncias e incluso de averiguaciones penales, pero el tiempo lava las afrentas y engrandece a los literatos de valía, como es el caso del portentoso poeta chileno.

Mejor destacar una faceta poco conocida de Neruda: casi al final de sus días, renegoció con éxito la deuda pública de su país.

Cuando Neruda salió del Palacio del Elíseo con sus piernas flebíticas y su irreversible metastasis del cáncer había conseguido lo impensable con recursos aún más asombrosos. Era el año 1971; los umbrales del golpe de Estado. Se avizoraba una tempestad con el embargo de cobre a Chile; la deuda al Club Internacional de París ascendía a cinco mil millones de dólares y el Presidente Salvador Allende había decidido no pagar a los dueños de las empresas expropiadas ni un solo escudo.

Fue un milagro que Neruda, un hombre incapaz de anudarse los zapatos si no era con la ayuda de su mujer, ostentara una sensatez proverbial para manejar en ese momento histórico frustrante, las finanzas nacionales. En una de sus odas canta su escepticismo por los números y las cuentas y luego nos enteramos que fue el primero en negociar con las autoridades de Tesoro en Francia, en su calidad de embajador de su país. Sentó a la mesa a sus enemigos potenciales y les sacó un acuerdo benéfico para ambas partes.

El cabildeo no fue un éxito menor para Neruda, si recordamos que Allende solía repetir al calor de las copas: “Yo aquí no soy Presidente de la República, ni soy nada, porque si ordeno que se haga algo, no se hace, y si prohibo algo, se hace irremediablemente”. En esa cohorte de comunistas ortodoxos, pésimos administradores y peores diplomáticos, Neruda destacó como lobo estepario.

En realidad, además de comunista, el poeta era (sin contradicción aparente) un amante de la dolce vitta, cómodo en su papel de barman en Isla Negra, catador de whisky en su casa de Condé sur-iron y gran conversador en los barecitos de Saint-Germain-des-Prés. Su socialismo era más ético que ideológico, a pesar de sus loas a Stalin. Pero se solidarizó con los derrotados de la guerra civil española. Y con los masacrados en Guernica. Y con la causa perdida de los mineros de Chile. Y con los condenados de la tierra.

Si Neruda fue envenenado, la víctima del crimen era un moribundo que para entonces apenas sacaba fuerzas de su flaqueza. Si fue asesinado, el cáncer le ganó la partida al delito impune y lo mató rápidamente. Si la causa de su muerte fue su ideología comunista, en realidad acababa de negociar con pragmatismo y sentido común con los acreedores más recalcitrantemente capitalistas del mundo.

Más que Allende, soñador empedernido, Neruda fue el único miembro de su gabinete juicioso y centrado, además de eficaz financiero ocasional. Esa (y no la morbosidad que se antoja anacrónica), es la verdadera noticia que me gustaría ver desplegada por estos días en los principales periódicos del mundo.

 

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