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2030 5 Febrero 2016

 

 

Lecciones de economía a Andrea Legarreta
Eloy Garza González

 

Monterrey.- En México, el SAT castiga a las medianas empresas que ganan más de 500 mil pesos anuales. Además del riesgo que tomaron estos ilusos de invertir en tiempos de recesión económica, tributan forzosamente a Hacienda 32 por ciento de sus ingresos brutos (ISR).

A nadie nos gusta pagar impuestos pero nos han lavado el cerebro de que es un mal necesario. Grave error: cuando los impuestos no se justifican son sólo un mal a secas. Más cuando la burocracia crece año tras año y el gasto público se dispara en favor de políticas clientelares y en beneficio de líderes corruptos.

Si la mayoría de las personas físicas o morales vivimos de lo que ganamos (vendiendo bienes y servicios) y el gobierno se mantiene sólo de lo que nos quita coercitivamente a los contribuyentes, entonces se entiende que los impuestos son un botín, una estafa o una vil extorsión.

Como haría cualquier forajido del Viejo Oeste que dispara a todo lo que se mueve, el gobierno pretende “gravar todo lo que se mueve”. Si no comete este exceso con más empeño es porque los contribuyentes ofendidos solemos convertirnos en votantes ofendidos. ¿Y quién quiere despertar al México bronco?

Yo no iría tan lejos en la condena a todos los impuestos sin excepción, pero si el gobierno “castiga” a los emprendedores quitándoles el 32 por ciento de sus ganancias, el impuesto es una vil extorsión.

Si el gobierno me promete seguridad pública a cambio de pagarle un tributo pero cada mes el narco en complicidad con la policía me pide cuota por “derecho de piso” en mi negocio familiar, so pena de secuestrarme o matarme, el impuesto gubernamental es una vil extorsión.

Si el gobierno me cobra por vivir en mi propia casa, pero usa ese dinero para comprar votos a fin de quedarse en el poder, el impuesto es una vil extorsión. Peor si cobra ciertos impuesto discretos cuando la víctima está descuidada (IVA). En todos estos ejemplos el contribuyente sufre una presión fiscal sin compensaciones.

No todos los emprendedores ni los inversionistas son culpables de la inflación: aumentan el precio de sus bienes y servicios porque no les queda de otra. Pero el gobierno sí es responsable de provocar precios más elevados, reducir la producción e ingresos por su afán recaudatorio y porque eleva sus gastos en corruptelas al mismo nivel de sus ingresos.

Y luego pone a Andrea Legarreta a defenderle sus incoherencias financieras y a decir que la culpa de nuestra debacle reside en otros países. O sea, sobre la burla, el escarnio.

 

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