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2099 12 Mayo 2016

 

 

Hugo Chávez: el padre que jugó con un pueblo (I)
Eloy Garza

 

Monterrey.- Tengo amigos venezolanos que estuvieron entre la multitud congregada frente al teatro Teresa Carreño, a unos pasos del centro de Caracas, el 6 de diciembre de 1998. Vivían una felicidad desbordante y en cierta forma inocente: había sido declarado triunfador en las elecciones presidenciales, un militar ex golpista, de 44 años, con 64% de los votos...

...en alianza con algunos partidos de izquierda que se unieron en lo que Chávez bautizó como Polo Patriótico.

Desde entonces prometió gobernar consecutivamente hasta el 2021. No alcanzó a cumplir la meta. Un cáncer fulminante le dio al traste a su planeación.

Oriundo de Sabaneta de Barines, pueblito de tres calles apostado en una llanura sin final, tierra de machismo y recelos al extraño, en la parte más lejana de Venezuela, nadie podía imaginarse que este soldado, nacido el 28 de julio de 1954, el segundo de seis hermanos varones, poco agraciado físicamente, algo mesiánico y con poco tacto para tratar a la gente, pudiera llegar tan lejos en sus aspiraciones políticas, saltándose a la torera cualquier ascenso a la política: nunca fue diputado, no militó en ningún partido político  ni tuvo antes de su presidencia ninguna responsabilidad burocrática. Un neófito confeso  en asuntos de Estado.

A partir de esa noche, Venezuela no volvió  a ser la misma. Iniciaba la era imperial de Hugo Chávez. Seis años antes, en su calidad de teniente coronel de paracaidistas, había intentado llegar al poder con un golpe de Estado contra el segundo periodo de gobierno del Presidente Carlos Andrés Pérez. En aquella asonada, Chávez fracasó estrepitosamente. Se arrepintió frente a los medios de comunicación. En una prisión oscura lloró varios días su mala suerte.

Cuando nació Hugo, la situación económica de su familia era precaria. De su crianza se encargó la abuela paterna, Rosa Inés Chávez: se lo llevó a vivir a su casa de palma y piso de tierra, le cocinaba unos dulces de leche y papaya que luego él vendía por el pueblo. Se llamaban “arañitas”.

La suya fue una infancia donde el objeto de amor lo cubrió por completo la figura callada pero tierna de doña Rosa. Cuando murió en 1982, Chávez se sumió en una depresión que le duró días enteros. Es probable que el abandono de Hugo por parte de sus padres, le incubara un resentimiento contra la figura paterna. Fue un hijo rechazado, enviado a vivir a casa de una mujer adulta, lejos de sus progenitores, junto con su hermano Adán. Por eso, la primera carta que envió tras su entrada a la Academia Militar en 1971, no fue a su madre, sino a su abuela Rosa. Públicamente, ya como Mandatario, Chávez manifestó en público esa fuerte carencia afectiva.

A pesar de sus responsabilidad como estadista, Chávez nunca olvidó sus dos aficiones principales desde que era niño: la pintura y el beisbol, el juego de pelota como se le conoce en Venezuela. Su ídolo fue el Látigo Chávez, quien murió en un accidente de aviación. De adolescente se mudó a Barines. Y ahí comenzó a leer libros con una voracidad anárquica: lo mismo a Marx que a Juan Ramón Jiménez. Especialmente los discursos de Bolívar. No fue ni de lejos un intelectual y menos un ideólogo, su léxico era limitado, pero sabía urdir ideas originales cuando teorizaba. Era una mente más sofisticada de lo que pudiera creerse al decir de sus modales rústicos. En realidad, era un hombre de acción. Aunque no un verdadero militar.

Entró a las Fuerzas Armadas como medio de escalar socialmente. Pero nunca adquirió la disciplina férrea del soldado: adicto al café, a desvelarse hasta altas hora de la noche, presa de ocurrencias y de la volubilidad de un carácter impetuoso y desbocado, propenso a la descalificación del enemigo. El único instinto de lectura constante fue “El Diario del Che Guevara” durante su estancia en la Academia Militar. Ese libro lo marcó de por vida.


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