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2100 13 Mayo 2016

 

 

Hugo Chávez: el padre que jugó con un pueblo (II y último)
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Hugo Chávez vivió su juventud llanera en la llamada “Venezuela saudita”, donde una casta de potentados, en un gobierno bipartidista consolidado, compraron masivamente mansiones y yates en Miami, usando el dinero de las exportaciones petroleras, en bonanza durante el primer periodo presidencial de Carlos Andrés Pérez.

Al final de su primera gestión, en 1982, el precio del crudo se desplomó y entonces las finanzas nacionales se evaporaron.

Desde sus 20 años, Chávez, el cadete, luego subteniente, luego teniente, trasladado al oriente de Venezuela, a la ciudad de Maracay, se casó en primeras nupcias con Nancy Colmenares, y ya soñaba con encabezar un golpe de Estado. Entre tanto, siguió como pelotero diletante y cantando jorongos con su voz de barítono más o menos entonado. Su odio por el consumismo americano comienza por aquellas épocas. Capta adeptos a la causa bolivariana. Se convierte en conspirador. Creó el Ejército Bolivariano Revolucionario (EBR) justo en el bicentenario del nacimiento de Bolívar (julio de 1783). Después, en los años 80, con la incorporación de civiles, se convirtió en Movimiento Bolivariano Revolucionario. Como militar guerrillero, Chávez fue toda una contradicción en esencia. Las Fuerzas Armadas en Venezuela guardaban en aquel entonces una sólida sensibilidad social y una politización como no la hay en casi ningún otro país. Eso le valió a Chavez no ser detenido o incluso ajusticiado en sus planes de insurgencia social.

Chávez quiso asaltar cuanto antes al poder y acabar con la casta política corrupta y la oligarquía. En las mañanas era un leal oficial de carrera; en las noches un conspirador al acecho del momento histórico adecuado para atacar. En 1987, lo comisionan a Caracas, como ayudante en el Consejo de Seguridad y Defensa, justo en el Palacio de Miraflores, durante la segunda gestión presidencial de Carlos Andrés Pérez. La suerte pareció sonreírle al conspirador. La alzada de precios y la inflación desbocada crearon un clima de insurrección social. Se impuso el toque de queda. Ocurrió el célebre “Caracazo”.

De ahí en adelante, el segundo periodo de gobierno de Carlos Andrés Pérez iría en caída libre. La buena suerte de Chávez, en cambio, parece casi una predestinación. Pero su ascenso al poder es más común de lo que se cree. Los golpes de Estado ya no son una vía para agenciarse el poder por parte de los populistas. Es mejor apelar a los procesos democráticos. Someterse al escrutinio de las urnas y después, ya en Palacio de Gobierno, procurar disolver el Congreso y ganar adeptos mediante la compra de conciencias. Chávez supo aprovechar el renovado incremento del precio del crudo. Venezuela se convirtió en una super potencia. Con esa ventaja financiera a su favor, se convirtió en un rojo Rey Midas. Aparentaba volver oro todo lo que tocaba, en especial, cuando se trataba de reivindicar a las clases populares. Fue el profeta de la revolución bolivariana triunfante (o casi). Y no pocas veces, fue su mecenas, confundido con mesías.

Nadie como él insultó tan violentamente a EUA, nadie fustigó con más violencia verbal a la oposición electoral, nadie en América Latina, con una autoridad superior, fue tan arrojado y audaz. Tampoco descartemos su carisma: era simpático y dicharachero: maestro de la burla, de la mofa, del escarnio, de la disquisición filosófica en corto, del jugueteo y el albur con los periodistas y del ataque frontal contra quien osara cuestionar sus decisiones. Inclusos a sus esposas sucesivas las ofendió en público, las denostó y cuando le faltaron enemigos de peso, arremetió directamente contra el Dios cristiano. Una polaridad de fe extraña: a ratos retadora contra Cristo, a ratos sometido a los designios divinos. Chávez se refería a Dios como quien se asume como otra divinidad chocarrera.

Era aparentemente una broma, pero cada vez se volvió más mesiánico. Ya no jugaba: se creía un ser superior. Hasta que, casi moribundo, tocado por el cáncer, se arrepintió y volvió a ser un ser humano tan asustado y desconcertado por la lotería de las enfermedades que puede aquejarnos a cualquiera. Murió asustado y exigiendo más vida que no se le concedió y dejando una estela de polarización social y a un heredero en la Presidencia (Nicolás Maduro) que no le llegaba ni a los talones. Venezuela es ahora una bomba de tiempo.


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