Suscribete

 
2106 23 Mayo 2016

 

 

Hipólito Mejía: “Llegó Papá”
Eloy Garza González.

 

Monterrey.- Pocos mandatarios como Hipólito Mejía, ex Presidente de República Dominicana, para entender la “metáfora del padre” de Lacan. Mejía se asumió durante su periodo presidencial como la figura paterna que esperaba el pueblo dominicano. Un lugar que podía ser ocupado por cualquiera, pero que Mejía lo entendió como su espacio ideal para gobernar. El mandatario límite, transmisor de la Ley: su Ley.

Mejía, un hombre rústico, rural, machista, nacido el 22 de febrero de 1941, en Guarabo, Santiago, se graduó como ingeniero agrónomo en 1962, pero nunca evolucionó en su preparación intelectual (incluso sufrió una marcada involución), representó la figura protectora del padre para los dominicanos, con más claridad que una idea (la Patria) o que una institución (la Iglesia).

Mejía conjuntó ambos significantes en su persona: la Idea y la Institución, convenciendo a la gente, sus hijos aparentes, sus supuestos descendientes, que él encarnaba el paternalismo de la doctrina social cristiana; que era el padre que le faltaba al pueblo.

Pero su gobierno fue efímero. Se dio pronto lo que Lacan definió como “disolución del padre”. Un caso de seducción vacua que así como vino se fue. Lo destruyeron sus propios excesos. Fue el padre que dijo combatir la corrupción de la clase gobernante, la casta burocrática.

Formó su plataforma electoral, apropiándose del Partido Revolucionario Dominicano (del cual luego fue expulsado), de orientación social demócrata y de ahí saltó a la presidencia, casi con mayoría absoluta, triunfando por encima del legendario Joaquín Balaguer, de 92 años, que se ubicó en el tercer lugar de la votación.

El periodo como Mandatario de Mejía fue relativamente corto: del año 2000 a 2004. Para entonces ya había sido empresario exitoso en tecnologías agropecuarias, enfocado al tabaco y al procesamiento de semillas, en especial del mango. En su vida privada, curiosamente, no se vislumbraba el comportamiento de padre altanero y agresivo que exhibió durante su gestión presidencial. Tiene cuatro hijos con su esposa Rosa Gómez Arias, y ha sido muy protector con ellos. Esta dislocación entre lo público y lo privado es un fenómeno más digno de estudio psicológico que político. Mejía, padre privado, es moralmente muy superior a Mejía, padre-gobernante.

Como Padre de la Patria fue grosero, un patán sin escrúpulos y sin tacto para hablar (“no tengo pelos en la lengua” solía decir, más como alarde que como disculpa). Tildó a la oposición de “babosa y dinosauria”. Encarceló a varios periodistas opositores a su gobierno. Se burlaba de las mujeres y los gays en sus entrevistas de prensa: “hay gente que quiere modificarle todo a uno, hasta cómo sentarse. Tendré que sentarme como un mariconcito”. Y sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo: “no hay forma de embarazar a un compañero tuyo”.  Por eso se popularizó desde entonces en República Dominicana el término hipolitada, cuando alguien expresa una frase malsonante, vulgar, fuera de lugar; humor chocarrero, mordacidad sexual, insultos contra la prensa y la sociedad civil.

Metió en la nómina gubernamental a más de 12 familiares suyos. Cerró sus oídos a cualquier propuesta que contradijera sus intenciones de medrar con el erario. Pero lo peor fue la crisis económica en la que sumió a República Dominicana a partir de 2003. Imagen del padre mal administrado. Quebraron los tres principales bancos del país, las empresas pararon su producción, se disparó la inflación y los sindicatos le dieron la espalda al gobierno. Cuando lo acusaron de no frenar la inseguridad publica, los asesinatos, secuestros y saltos a mano armada, Mejía respondió: “Cada quien que se cuide como pueda, yo no soy policía”. Imagen del padre desobligado.

El caos generalizado le impidió reelegirse en 2004 y perdió la presidencia: se la arrebató por amplio margen el candidato del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), Leonel Fernández. Imagen del padre expulsado del seno familiar. Para los dominicanos esta autoridad paterna que se eclipsó, que llegó rápido a su ocaso, fue una mala señal de desaliento social, ante las demandas de una función paterna, de un padre-amo que caducó irremisiblemente.

Pero lo interesante del caso Hipólito Mejía, como filiación popular simbólica, como invocación de la Ley, vino después, en 2010, cuando el personaje echó mano de la “metáfora del padre” lacaniana, y se postuló de nuevo como candidato presidencial, pretendiendo restañar su reputación amputada. Cuestionó de nuevo a los anteriores gobiernos como si fuera un padre regañando a sus hijos, denunció el modelo económico fracasado, del que él mismo fue uno de los culpables; acusó el derroche en lujos de la casta burocrática (de la que él no estaba exento), y estrenó su lema de campaña que lo pintó de pies a cabeza: “Llegó papá”.

El lema era el call to action de un pater-familias. Se compusieron canciones, se corearon eslóganes y se colgaron pendones con la frase reveladora: “Llegó papá”. Un padre con defectos de personalidad, como él mismo lo acepta, pero dispuesto a enmendarse frente a sus hijos, que es la sociedad dominicana. Sin embargo, ya no hay nostalgia por el padre glorioso que reivindique el sentido del horizonte porque, en realidad nunca lo fue: ni padre ni glorioso. Hipólito Mejía ya es solo una mancha más en la historia dominicana.


Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com