El futuro de los mexicanos desprogramados
Eloy Garza González
Monterrey.- Cuando le preguntaron a Jean-Paul Sartre cuál papel debería asumir el intelectual de América Latina respondió que comprometerse con los pobres; en nuestra región no había tiempo para filosofar sino para educar. Es fácil rebatir a Sartre: los alemanes hacen muy buenos detergentes porque Kant escribió la “Crítica de la Razón Pura”.
Este dilema es similar a la polémica que ha despertado Tim Cook, director ejecutivo de Apple Inc, tras una declaración tajante: “convertir la programación en requisito obligatorio a partir del cuarto o quinto grado de primaria”. Programar será incluso nuestra principal forma de relacionarnos socialmente.
Obvio, la respuesta de reconocidos expertos en educación es la misma: ¿cómo quieren que los alumnos aprendan programación en México si aquí a duras penas se enseña a leer y a escribir, con escuelas sin techo y con déficit de material de lectura?
Sin embargo, coincido con Tim Cook: la brecha digital entre los países de primer y tercer mundo se expande día con día. Si el rezago persiste, México quedará en los últimos lugares de competitividad laboral, empujado hacia abajo por Singapur o Hong Kong, que hace apenas unas décadas eran más miserables y analfabetas que los mexicanos.
¿Cuándo se invirtieron los papeles? Simple: cuando los niños de Corea del Sur aprendieron el alfabeto y a programar. Si lo hicieron con recursos públicos o privados, da lo mismo: en México carecemos de suficiente inversión en ambos sectores. Dice Cook que la programación será la auténtica “lengua franca”, una forma de sobrevivir en un entorno competitivo y rodeado de objetos programables. El panorama digital no tiene reversa. No hay marcha atrás.
Microsoft, por ejemplo, tiene un proyecto para poner en forma a las escuelas de educación básica de Europa en temas de programación, a fin de que las empresas tecnológicas cuenten con suficiente mano de obra.
Por su parte, la BBC lanzó una iniciativa para que un millón de niños aprendan a programar. Pero en México, empresas como Bimbo prefieren promover valores morales. O institutos de educación superior como el ITESM prefieren invertir en profesionales de marketing, coach y vendedores de bienes raíces. O sea, nos quieren santos y rolleros pero desprogramados. El modelo Singapur lo dejamos siempre para después.