Suscribete

 
2176 29 Agosto 2016

 

 

Celo en Venecia
Eloy Garza González

 

Monterrey.- “Dame indicios de que tu mujer te engaña”. Le pido a un amigo que conocí en este tour por Venecia. Yo viajo solo y ellos forman una pareja curiosa: ella desenfadada; lentes de sol que no se quita ni al anochecer. Él un manojo de nervios, celando a su esposa por cada italiano que en su imaginación la mira, la admira, la seduce.

“No tengo pruebas, pero tú serás el primero en saberlo”. Y fijo mis ojos en la esposa de mi amigo, recargada en la proa del vaporetto, el ferry público que recorre el Gran Canal. Acaso es alucinación mía, pero ella solloza bajo los lentes de sol. Un vigilante naval le presta un pañuelo. A su lado, un grupo de monjas juega con un escapulario.

Vine a Venecia a visitar la exposición del pintor estadounidense Eric Fischl, en el palazzo Venier dei Leoni, que ahora se erige blanco y majestuoso desde el vaporetto. Fantaseo con que algunos de los lienzos figurativos de Fischl son pasajes de las relaciones sexuales de mi amigo y su esposa: parejas desnudas, sexo triste, penumbroso y ácido. Coitos sin placer.

“Aquí está la prueba”, se exalta mi amigo. Apunta con el dedo el palazzo de fachada de piedra del Venier dei Leoni. En el centro del patio un bronce del artista Marino Marini: L’Ángelo della Città, un jinete con los brazos extendidos y la cabeza inclinada para atrás, sobre un caballo casi abstracto, casi etrusco. “Mi mujer, la muy obscena, dice que el jinete tiene un falo gigante, y sueña con ser poseída por él. El problema es que al dichoso falo no lo veo por ningún lado”. Es cierto: el jinete carece de miembro viril. “Entonces, si no hay falo, tu mujer solo bromea. Son provocaciones infantiles suyas”, le digo a mi amigo, palmeándole la espalda. “Pierde cuidado”.

Omitiré el resto de la historia. No diré que noches después, vagando por los callejones venecianos, los palacios renacentistas, las construcciones góticas, me topé en el zaguán del mercado a una pareja copulando contra el balaustre de madera de un barandal. No diré que el amante era un joven fornido y vulgar y que la hembra bramante era la esposa de mi amigo que pese a la oscuridad, traía puestos los lentes de sol y repetía una y otra vez en perfecto italiano: “non mi lasciare, amore". No diré que me extasió la escena: un cuadro vivo de Eric Fischl.

Dejé de a ver a mi amigo. Viajo de nuevo en el vaporetto. A lo lejos reaparece el palazzo Venier dei Leoni. Entonces sucede el milagro: el bronce del jinete que monta el caballo ya ostenta enhiesto el falo gigante, que domina los sueños húmedos de la esposa de mi amigo. “Es natural”, me aclara el vigilante naval. “El falo de bronce se desenrosca. Cuando hay convenciones de obispos o simposios de monjas, por pudor, por devoción cristiana, la prefectura de Venecia ordena que la escultura se queda sin falo un rato”.

Entiendo que mi amigo, a través de los artificios del arte pudiera intuir, sin pretenderlo, la sangre amotinada y la hormona sublevada de su mujer. Y su cónyuge que no la satisface, tan neurótico y taciturno a un tiempo, por culpa de los celos que todo lo enmohecen hasta podrirnos la vida entera y dejarnos en los puros huesos.


 

 

15diario.com