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2230 11 Noviembre 2016

 



Trump y los buenos muchachos
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Ocurrió como nota al margen, durante el tercer debate presidencial entre Donald Trump y Hillary Clinton. La sede era la Universidad de Nevada, en Las Vegas. Se tocaba el tema de la inmigración y la manera como encararían este asunto espinoso ambos candidatos.

El magnate se exasperaba. Las manos crispadas. El ceño fruncido. Los nervios a flor de piel. Todo el repertorio de ansiedades volcadas al escenario como preludio de una frase susurrante, dicha entre dientes: “we have some bad hombres here, and we’re going them out” (tenemos algunos bad hombres aquí y los vamos a expulsar).

El exabrupto pudo pasar desapercibido, pero las redes sociales tienen una antena sensitiva que recoge las señales de lo ridículo y lo vuelven viral en un par de minutos, a través de memes, tuits, posts. Acabó como trending topic con el hashtag #BadHombres. El término inventado, en espanglish, más que referirse a los migrantes mexicanos, aludía a sí mismo. Donald Trump es un Bad Hombre, uno más de la pandilla de machos arrogantes que gobiernan muchos países del mundo.

Vladimir Putin, Presidente de Rusia, quien prometió someter a pólvora y fuego a los chechenos, es un Bad Hombre. También lo es Rodrigo Duterte, actual Presidente de Filipinas, quien juró matar a todos los drogadictos de su país “como Hitler masacró judíos”, según sus propias palabras. Bad Hombre lo es por antonomasia Silvio Berlusconi quien, siendo Presidente de Italia, organizaba orgías maratónicas con menores de edad. Todos llegaron por la vía democrática. Todos son una enfermedad de la democracia degenerada.

Vivimos una racha de Bad Hombres en los cargos públicos del poder político. Algunos aspiran a mandar y otros ya son o fueron mandatarios recientes. Juntos forman una galería de sujetos desalmados, ególatras, narcisistas, intolerantes, vulgares, independientes del establishment, y decididos a acabar con los políticos profesionales. Una sarta de mercenarios que usan el barco de los partidos políticos para atracar en las costas del poder y luego quemar las naves.

Los Bad Hombres son sociópatas. No empatizan con los demás, aunque transmitan engañoso afecto y carecen del mínimo remordimiento. Algunos son peores que otros. Pero todos son amantes del poder, machistas en su vida privada y pública. “Nada mejor que acompañarse de una nalga joven y bella”, según confesión de Donald Trump en una entrevista. Capaces de referirse a sus exesposas como “buenas tetas, cero sesos”, como repite una y otra vez Trump.

Los Bad Hombres son la moderna versión política de La pandilla salvaje (The wild bunch), aquel western de Sam Peckinpah donde los forajidos son lobos en manada pero íntimamente solitarios. Sin embargo, a los Bad Hombres les estorba el sentido heroico de los personajes que interpretan William Holden y Ernest Borgnine. Ni Trump, ni Putin, ni Duterte, ni Berlusconi honran su palabra. No les hace falta. Han sido diagnosticados como tumores del tejido social, pero lo toman como un cumplido. “Yo podría disparar a la gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”, alardea Trump. Así, sonríen autosuficientes con esa mueca esquinada que los identifica sin excepción. Ellos son los héroes de sí mismos. Los ídolos que adoran los espejos.

Su psicología anómala se emparenta mejor con la película Goodfellas (Buenos Muchachos). El protagonista, Henry Hill (Ray Liotta) incursiona en una banda de criminales con convicción emotiva: “desde que tuve uso de razón quise ser un gánster”. Desde que tuvieron uso de razón los Bad Hombres quisieron ser los ganadores del barrio, a costa de cualquier cosa, para cumplir la misión de vida de Donald Trump: “aquel que piensa que el dinero no lo compra todo, es porque no ha ganado lo suficiente”.

 

 

15diario.com