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2235 18 Noviembre 2016

 



MUROS Y PUENTES
La iluminación del Foko
(Apuntes en torno a la obra fotográfica de Rogelio Juan Ojeda Chavarría)
Raúl Caballero García

 

Dallas.- Cada imagen guarda un valor por sí misma, pero además es categórica, su lenguaje plástico es inapelable. Las fotografías de Foko capturan, por supuesto, el momento, el movimiento, el centro equidistante entre el objetivo de su cámara y ese punto donde su mirada se posa: ¡Click!

La captación importa la imagen, guarda un suceso por lo regular de interés cultural -ese puñado de ideas y hechos que pueblan una época- y halla, claramente, el “instante decisivo”, ese momento tan buscado por todos los fotógrafos, o acaso debo apuntar por todos los artistas.

Cuando Rogelio Juan Ojeda Chavarría se echa la cámara a cuestas se prende El Foko. Lo he observado, bien prendido, trabajar en diferentes ocasiones. Muchas veces cuando saca su cámara de entre su equipo, de su mochila o de su estuche, lo hace ya en un momento en que ha atrapado su objetivo desde antes, ya no cuida cómo saca su cámara, la saca por intuición del lugar donde ha permanecido guardada (¿al acecho?) porque su mirada está centrada en lo que quiere captar; su atención ya le está dando forma, desde antes de tomar la foto, al contenido de su inminente fotografía, de tal manera que para cuando coloca su ojo y enfoca ya está capturando la imagen, una y otra vez, la captación de este momento le da la pauta para la siguiente y al momento siguiente ya está disparando de nuevo. La captura se vuelve búsqueda, la búsqueda -esa repetición aparente del mismo acto- propicia una nueva captura hasta el momento en el cual el fotógrafo sabe que ha recogido lo que buscaba capturar.

Quienes lo ven trabajar presencian una labor objetiva: el oficio del fotógrafo, pero quienes lo conocemos al observarlo trabajar sabemos que el uso de su cámara es como una extensión de su mirada, de sus sentidos, de su conciencia. Hay una iluminación psicológica que transita, por ejemplo, por entre los umbrales, las ventanas, las fachadas de sus paisajes urbanos cuando rescata imágenes guardadas por el tiempo; o se transporta, en su esfera habitual, a los rasgos puntuales de sus retratos, todos esos personajes que va captando en sus rutinas, en su barrio y en su círculo personal; lo mismo individuos retratados en medio de su condición humana, en su propia intimidad expuesta por la nítida percepción del Foko, en sus quehaceres cotidianos o artísticos, lo mismo, digo, que grupos en marchas callejeras o protestas sociales cuya imagen expresa la frustración colectiva o la audacia de la identidad grupal o la naturaleza en la que se reconocen.

Hace tiempo, a instancias mías, Rogelio Juan me mostró un amplio portafolio con parte de su trabajo. Una colección de más de cien imágenes que catalogué en cuatro vertientes; abrí un folder con sus Paisajes Naturales, otro con los Paisajes Urbanos, uno más con sus Retratos (los individuales) y otro que titulé Sociedad, con las imágenes captadas de grupos ciudadanos, miembros de diversos grupos sociales y otras con retratos de grupo.

El trabajo fotográfico de Foko se da en el entorno regiomontano: en una ciudad rodeada de sus majestuosas montañas. Una ciudad donde el fotógrafo contrasta -sin necesariamente plantearlo- personajes en los barrios, sus imágenes transitan de cantinas a centros culturales, de universidades a las calles de las manifestaciones. Descubre y muestra una ciudad erguida entre sus inmensas contradicciones urbanas. Una ciudad que va borrando, olvidando su arquitectura -la que guarda su historia- con la destrucción que implica su modernidad. Si no fuera por sus insobornables palacios (el Obispado y otras instituciones), algunas mansiones y las iglesias, su historia naufragaría tal como van, en medio de la destrucción, viejas casas, lastimosos muros y umbrales que la cámara de Foko denuncia en imágenes que apelan a la misericordia por la ciudad derruida.

Así vemos por ejemplo aquel umbral de una casa en completo abandono en la calle 15 de mayo, o esa otra ubicada en el barrio de Las Tenerías, en Mina y Juan Ignacio Ramón, que a pesar de estar casi destruida, guarda cierto señorío de su pasado, de su historia. Foko, en sus Paisajes Urbanos, ha captado muros en los que se asocian dos características propias de las paredes callejeras; en la calle Emilio Carranza, por ejemplo, aparecen pintas de graffiti debajo de un verso -esa originalidad de los poetas de brocha gorda- que dice “Gastan todos sus megas buscando el amor”; en otros muros contrastan carteles publicitarios (o lo que queda de ellos) con el deterioro de las paredes. Expuestas en conjunto esas imágenes componen un documento gráfico para no ser archivado, sino para combatir al olvido.

Los Paisajes Naturales abarcan por supuesto los icónicos cerros que abrazan a la ciudad. Foko reproduce la realidad en esos paisajes en la inmediatez no sólo de su belleza superficial, sino del contenido de esa belleza, es decir, su ser por dentro; digamos que el hallazgo de la cámara es una poética de las entrañas del paisaje, esa esencia de la naturaleza que se muestra en determinados momentos y que se puede apreciar de manera fugaz.

Fotografiar paisajes naturales puede resultar arduo o afortunado; quien los capta puede quedarse en lo ordinario o adentrarse en lo extraordinario; lo segundo es el trabajo del poeta. Hay que poseer una singular intuición para captar en determinado momento ciertos paisajes naturales. Un buen fotógrafo posee ese sentido extra que aflora de un conocimiento salvaje, un conocimiento que fluye de forma inmediata al momento en que la realidad muestra la evidencia de su magia y que el artista puede captar ipso facto o nunca. En la naturaleza es donde más constato que la fotografía es creación, Foko sabe encontrar la composición de luz, nubes y cielo que se combinan con la montaña propiciando el hallazgo afortunado de su lente. Asimismo, he apreciado una serie de imágenes de la huasteca, 8 fotografías que son un singular documento, 8 imágenes distintas, captadas en diferentes momentos y desde diferentes ángulos: distintos juegos de luces contrastando los perfiles de los riscos, distintos juegos de nubes visitando esa maravilla en un rincón de Monterrey.

Así como los paisajes naturales le permiten al fotógrafo ser poeta, los retratos -principalmente- le permiten ser pintor o dibujante. El fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson, considerado el padre del fotorreportaje, dejó dicho que la cámara “es un cuaderno de bocetos”. Los protagonistas de los retratos de Foko, por lo general saben que saldrán en la foto y de cualquier manera el fotógrafo capta, en su encuadre, cierta intimidad en la mirada, ciertos rasgos en la actitud, ciertas características que captura a veces de manera espontánea y otras a través de su intuición, pero en todas equiparando el contenido y la forma.

Foko podrá disparar incontables clicks pero sabe que en la multiplicidad del instante (ese click tras click tras click) atrapa la fuerza de sus protagonistas, la intensidad de cada personalidad fotografiada, destacando o privilegiando lo que cuentan las imágenes en esa brevísima porción de tiempo: una especie de paradoja de la representación: la multiplicidad del instante guarda el instante decisivo.

Vemos, por ejemplo, al polifacético Alfonso Teja, en su calidad de actor, un Carlos Marx iluminado, de perfil, impecable en su personaje; o al periodista y sociólogo Luis Lauro Garza, abrazando a Yolanda Aguirre, La Flaka, en una instantánea muy espontánea en la que sin embargo ambos miran a la cámara y la interpretación de sus expresiones en ese momento del abrazo se supedita al contexto del fotógrafo, o sea, a la mirada de cada espectador; o a la activista Paty Flores caminando con un mural detrás suyo y el paso similar al de una mujer en el mural que se levantó y se echó a andar. Vemos al cronista Gerson Gómez, a quien captó con la intensidad de su mirada perdida o fija en lo desconocido; lo mismo al poeta Margarito Cuéllar, con una apariencia adusta, de seriedad, mirando fijamente el reflejo de luz que entra por una ventana a sus espaldas; entre otros personajes de la cultura o de su barrio.

Foko detiene en un instante -porque la fotografía se lo permite- el transcurrir del tiempo. En el apartado Sociedad se puede apreciar de mejor manera la capacidad de Foko para captar a la vez en cada imagen la dualidad que ofrece su fotografía: forma y contenido: arte y periodismo. Por una parte, el significado de un hecho o de un acontecimiento y al mismo tiempo la composición, los contornos, su expresión visual, por eso en este apartado guardé lo mismo manifestantes en pro de los matrimonios igualitarios, que otros protestando contra la violencia de género, que peregrinos con una imagen de la virgen Guadalupe, que músicos de mercado. Pero también aglutiné realidades distintas: artesanos, huicholes, danzantes indígenas o una imagen imprevista o espontánea a la que le puse la referencia “Hacedor de sombra”, en la que está una mujer vieja, cansada, sentada en un banquillo en plena intemperie de la urbe, en uno de esos espacios públicos para transeúntes y a su lado un hombre, solemne bajo el sol, de saco y cachucha y su brazo izquierdo levantado, sosteniendo un paraguas abierto con el que le brinda sombra a la mujer… o esa Serie Niños en la Escuela Rural de Galeana, Nuevo León, por demás interesante, imágenes de escolares escribiendo, pensando, leyendo… otro documento que invita a la reflexión.

La obra de Foko cuenta. Las fotografías de Rogelio Juan Ojeda Chavarría evidencian para el espectador el enfoque de su autor, su intencionalidad. Las fotos de Foko exponen su punto de vista, su punto de vista se desplaza entre lo cotidiano y lo extraordinario, y en cualquier momento, en cualquier parte, Foko encuentra algo que decir. Lo he visto sacar su cámara sin perder de vista su objetivo: previsualiza, anticipa, esclarece: ilumina la realidad.

 

 

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