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2250 9 Diciembre 2016

 

 

Nace una estrella: El Vikingo
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Ningún hombre mejor preparado para vivir una existencia mediocre que Brad Parscale, apodado El Vikingo, por su barba roja mal cortada y su piel de pan crudo. Su altura de casi dos metros no lo dotó de altura de miras: observa a los demás con el rencor de los nacidos para ser fracasados. Sus 40 años, dedicados casi uno detrás del otro a la hazaña doméstica de tomar cerveza y perderse las tardes en el Riverwalk, de su natal San Antonio, le predecían una vejez en un camper, recorriendo Texas en redondo, hasta echarse como los perros en cualquier rincón.

Sin habilidad para trabajar con las manos (con lo que pudo ser un buen albañil o trabajador de una armadora de autos), sin muchas luces para la vida universitaria, El Vikingo se entregó en cuerpo (que tiene de sobra) y alma (que no tiene) a navegar en Internet. Su talento como usuario de Twitter y Facebook no es nada del otro mundo, pero tampoco nadie le pedía nada por escribir estupideces en línea.

Se valía de cualquier calumnia, spam o campaña viral por estrambótica que fuera, para ganar algunos likes a su muro o su cuenta de Twitter. Todo sin un propósito concreto, ni de lejos una meta laboral. Pero con el tiempo fue adquiriendo destrezas (inútiles) en la web. Las suficientes para ser un webmaster de limitada pericia pero con buen olfato en diseñar páginas virtuales basadas en plantillas. Le ofreció sus servicios a tiendas de conveniencia, a despachos de abogados y compradores de chatarra.

Hasta que una mañana de 2012, con la audacia de los ignorantes, El Vikingo le propuso a una empresa de bienes raíces diseñar la página web de sus bodegas, por mil 500 dólares. Una verdadera ganga, según advirtió en los correos que les enviaba tozudamente a los directivos de la marca de Nueva York. Quizá, para quitárselo de encima, la empresa lo aceptó como freelance. Poco a poco, fue ganado terreno en el corporativo: se hizo indispensable para sus jefes.

Cuando el principal dueño del corporativo que lo contrató tuvo la osadía de ser presidente de EUA y dar en prenda su vida en pos de ese heroico fin, El Vikingo se sumió a su campaña desaforada, promoviendo como lobo estepario dos principales hashtags: #MakeAmericanGreatAgain y sus siglas, #MAGA. Luego, lo contrataron para diseñar una página web de microdonativos para la campaña presidencial. El Vikingo de cualquier forma lo hubiera echo gratis. Su vida ya tenía un sentido de pertenencia a un grupo, a una causa, a un ideal. Creó de la nada una red de redes bajo un plan militar que bautizó como Project Alamo y reunió (con la ayuda de expertos programadores) en un abrir y cerrar de ojos casi 13 millones de direcciones de correros electrónicos. ¿Cuánto fue visión suya y cuánto fue solo montarse en la ola antisistema que creció de la América profunda? Nunca podrá saberse.

Pero ahora el Vikingo es una celebridad global en el mundo de Internet. No ha podido ampliar su techo de 10 mil seguidores en Twitter, pero su buena estrella no se fija en pequeñeces numéricas. Es un genio de la web, otra manera de decir que estuvo en el lugar correcto en el momento adecuado. A partir del triunfo electoral de Donald Trump, El Vikingo ya tiene su lugar en la historia, otra manera de decir que el futuro es de los ignorantes con iniciativa, que toman cerveza y pasean por el Riverwalk de San Antonio. Nada mal para un paria a quien el autor de este artículo remitió (quizá con un dejo de envidia) al patio trasero de los fracasados sin remedio.



 

 

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